El 29 de septiembre de 1933 el escolar cubano Francisco “Paquito” González Cueto cayó abatido, a los 13 años, por esbirros bajo las órdenes del ya siniestro oficial Fulgencio Batista, quien presentaba por entonces cartas credenciales en la política nacional, para desgracia de los cubanos.
Miembro de la Liga de Pioneros de Cuba, el espigado e inteligente niño, aquel día participaba en las honras populares rendidas en las calles de La Habana durante el entierro de las cenizas del destacado líder estudiantil y revolucionario Julio Antonio Mella.
Los restos del dirigente antimperialista y comunista habían sido traídos desde México al suelo natal ese mismo año, y en la fecha mentada iban a depositarse al pie de un monumento levantado en el Parque de la Fraternidad.
A pesar de su corta edad Paquito había insistido a sus mayores y los organizadores del acto, para estar presente en el homenaje al héroe, el cual tuvo una parte inicial en el velatorio efectuado en el local de la Liga Antimperialista de Cuba, en Reina 403.
De nada valieron las advertencias hechas debido a lo peligroso que se había tornado el ambiente, aun desde la caída del dictador Gerardo Machado el mes anterior.
Y allí estaba el niño revolucionario, con gran compromiso y sentido del deber, desde muy temprano, convocado junto a 200 afiliados más por la organización juvenil a la que pertenecía.
Todavía estremece y duele recordar el triste suceso que indignó y enlutó al país, pues la manifestación popular contaba con permiso gubernamental, aunque nadie se engañaba frente a los actos de violencia y persecución cometidos a diario contra los revolucionarios, sin cambios visibles.
La madre del infante pionero le pidió cuidarse mucho al salir junto a su hermano mayor rumbo a la concentración. Ella sabía que los esbirros no se detendrían ni ante un niño.
“Mella ha muerto por la Revolución y mi deber es ir, aunque me maten”, le había respondido el niño patriota a la autora de sus días mientras se disponía a partir de la mano de su hermano.
Las cenizas de Julio Antonio Mella eran todo un símbolo para el estudiante cubano, quien conocía que el líder había sido asesinado en México el 10 de enero de 1929 por órdenes del dictador Gerardo Machado.
Después del velatorio, un impactante y combativo discurso del poeta comunista Rubén Martínez Villena, ya en los umbrales de la muerte debido a la tuberculosis, se escuchó vibrante desde el balcón del local a modo de despedida y arenga de lucha.
Afuera, una impresionante muchedumbre estaba dispuesta a iniciar el cortejo hacia el Parque.
Un giro aparentemente imprevisto tuvieron los acontecimientos, pues la reaccionaria burguesía en el poder, que a través de Batista también estaba subordinada al embajador estadounidense, tenía planes malvados para esa jornada y aquello se olía en el ambiente.
En lo que se percibió como una turbia asonada, grupos de soldados, integrantes del ala derecha del Directorio Estudiantil Universitario y su Ejército Caribe, militantes del camorrista ABC y de Pro Ley y Justicia, en clara acción amenazante y prepotente se colocaron sin pudor en tramos de la populosa calle Reina e iniciaron ataques violentos al desfile del pueblo y las fuerzas progresistas.
Después de hacer guardia de honor, Paquito había salido del lugar y en vez de ir hacia una casa donde se pidió a los más bisoños acudir, para protegerlos, asumió por su cuenta la decisión de ir a la manifestación y se colocó frente a la Liga Antimperialista con un cartel que decía Abajo el imperialismo.
Fue el enclave en que encontró la muerte al ser alcanzado por los disparos aquel muchachito increíble, un ser puro, humilde, vivaz, alegre, buen hijo y buen amigo, distinguido por una generosidad que lo llevaba a tender la mano a todo el que lo necesitara, a pesar de que era de familia pobre, apenas sin recursos.
La arremetida de la oligarquía causó ese día numerosos muertos y heridos, sin embargo, la caída del niño mártir conmocionó y enlutó al país de forma honda y su ejemplo lo convirtió en bandera de los pinos nuevos.
Muchos historiadores documentados sobre la vida del pequeño verificaron la madurez política e ideológica que sustentó sus actos, convirtiéndole en un ser que iba más allá de arrebatos juveniles o embullos pasajeros.
Casi todos los adultos y contemporáneos que tuvieron que ver con él se sorprendían de verlo alegre y juvenil, amante del baile y el juego de pelota, pero cumpliendo empeños y tareas de una persona de mayor edad.
Sin dudas, Paquito González era modelo de adolescente cubano que aún en los días actuales tiene muchas cosas que contar y enseñanzas que darles a sus semejantes, sin perder actualidad.
Era hijo de la madre trabajadora Flora Cueto, obrera cigarrera o de zapatería, alternativamente, a cargo del sustento en solitario de seis descendientes.
Un ser excepcional como su Paquito merecía continuar los estudios y fueron grandes los sacrificios hechos por la progenitora para que esto se cumpliera, en la escuela No. 33 de Monte y Pila primero, y luego en la escuela No. 41, sita en Calzada de 10 de Octubre y Cocos. En ese plantel cursaba el sexto grado en el momento de su muerte.
La seriedad ante el cumplimiento de sus deberes y su formación ideológica nunca lastraron la jovialidad e inquietudes propias de un niño común.
Gustaba de la compañía de los muchachos de su edad y los más pequeños del barrio y, además, amaba a los animales, aficiones que compartía con la lectura y la búsqueda del saber.
Siempre fue muy buen estudiante y el orgullo de su mama por sus notas, sin embargo ella comentaba que había empezado a hacerse hombrecito desde su ingreso en la Liga de los Pioneros en 1933, poco tiempo después de ser creada por el Partido Comunista. (Marta Gómez Ferrals, ACN)