Nueva Gerona, 22 nov (ACN) Cuando se habla de vidas consagradas al noble sacerdocio del magisterio en Isla de la Juventud, la maestra Bertha Hernández es referencia obligada, quien se inició de las manos de sus tías en el mundo de la pedagogía.
Tenía poco más de 16 años y mis primeros pasos como docente los di en el colegio católico Cardenal Arteaga de Bejucal, en el pueblo de Mayabeque donde nací, pero mi prueba definitiva llegó en 1960, cuando la Revolución hizo el llamado a maestros voluntarios para alfabetizar en zonas de difícil acceso, cuenta a la altura de sus 87 años.
Aunque a veces la memoria juega en su contra, ella conserva recuerdos valiosos de su más de medio siglo dedicado a enseñar.
Esta mujer de apariencia frágil y tenacidad de acero refiere que en ese momento ya estaba casada y habían nacido sus dos hijos mayores, pero la disposición inmediata de la abuela canaria para asumir el cuidado de los niños, no dejó espacio para vacilaciones.
Mi esposo y yo fuimos ubicados en El Cobre, Santiago de Cuba, en un sitio conocido como Cuartón de La Babosa, aislado totalmente con las frecuentes crecidas de los ríos y una tasa de analfabetismo que sobrepasaba el 90 por ciento, habla con particular brillo en la mirada.
Narra que se acomodaron en un antiguo almacén de café hasta que lograron levantar la escuela con el concurso de los vecinos. En las mañanas impartían clases a los niños, en la tarde a las mujeres y en la noche a los hombres.
Allí constituimos los Comités de Defensa de la Revolución, la Federación de Mujeres Cubanas y las Milicias Nacionales Revolucionarias, además de maestros y educadores políticos también se nos requería como enfermeros, mediadores en conflictos familiares y jueces en disputas de vecinos, sonríe animada.
Apunta que cuando se inició la Campaña de Alfabetización permanecieron en las montañas orientales hasta 1967, cuando Fidel Castro (1926-2016) llamó a la transformación de la entonces Isla de Pinos, pero nunca perdimos el contacto con aquellas personas y todavía hoy me escriben cartas y recibo llamadas telefónicas.
Es gratificante saber que nos recuerdan con cariño, enfatiza.
Aunque me jubile hace más de 20 años, solo las limitaciones de salud pudieron obligarme a quedarme en casa, porque poco después de mi retiro volví a las aulas y también atendí por varios años los Círculos de Interés en Pedagogía. Es que ser maestro, cuando amas la profesión, se vuelve adictivo, se acomoda en su butaca.
Las condecoraciones y numerosos reconocimientos de los que ha sido acreedora la maestra Bertha hablan una trayectoria ejemplar, de una maestra admirada y querida por varias generaciones de pineros.
Antes de la despedida dedica palabras a quienes se inician como docentes: "No hay alumno difícil. La paciencia y la perseverancia son las llaves del maestro para abrir cualquier puerta", concluye mientras pone su mano en el hombro de esta reportera.