Oscar y sus cicatrices en la memoria del pueblo de Imías

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ACN - Cuba
Haila Chacón Rodríguez | Foto: Lorenzo Leiva Crespo (ACN)
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30 Octubre 2024

Guantánamo, 30 oct (ACN) Con el acceso terrestre a Imías, restablecido casi una semana después de las inundaciones que el huracán Oscar provocara el 21 de octubre pasado en los municipios del Este de Guantánamo, aparecen las historias contadas por sus habitantes de aquella madrugada fatídica, en que vivieron la peor  pesadilla de su existencia.

  Cuando llegamos el sol asomaba tímidamente sobre el pequeño pueblo de la  cabecera, las sombras de la tormenta aún se cernían sobre las calles, donde los ecos de lo sucedido son visibles en cada rincón.

 

Las casas, una vez llenas de risas y vida, muestran cicatrices palpables; la vía pavimentada, semejaba una laguna; los techos, caídos y los árboles, cercenados.

  Si bien la gente está imbuida en las labores de recuperación y el ajetreo que se vive en el municipio, las miradas de los vecinos se cruzan y en ellas se lee todavía una historia muy reciente de dolor.

  En la comunidad Los Pinos, Leiton Orduñez, trabajador del sector de deportes, aún recuerda con angustia cómo el mal tiempo los sorprendió a él y su familia, " tuvimos que salir casi ahogándonos, el agua subió más de un metro y  amenazó con llevarse a mi madre y mi  sobrina”, relata.

  Encontramos refugió en la  casa de una vecina donde el nivel del agua nos daba por la rodilla, gracias a eso estamos vivos, dice, con un respiro de alivio dibujado en su rostro.

  Cristina Atencio Aguilar, ama de casa de 59 años y devota católica, residente de la localidad La Playa, encontró refugió  en el Campamento Pioneril, destinado a la evacuación y rememora que el agua alcanzó casi un metro.

 "Tengo una estampa de la Virgen de la Caridad en la pared de la casa, el agua le llegó hasta el cuello ", dice.

  Confiesa que no quería dejar su hogar, hasta que vio que el agua alcanzó sus rodillas, entonces comprendió la urgencia del momento.

  Cristina vive junto a su esposo, Enmanuel Alba Matos, de 63 años, cochero y trabajador del Campamento, quien contó que la creciente aumentaba rápido y lo obligó a encaramarse en la meseta de la cocina, "si seguía subiendo, iba a romper el techo para sacar la cabeza", narró con determinación.

  Al día siguiente del huracán, el caos reinaba en su hogar, "encontré mis pertenencias dispersas por el jardín y el patio, todo estaba mojado", comparte con tristeza.

  A pesar de las pérdidas materiales y del miedo que les arrebató la tranquilidad, Cristina y Enmanuel coinciden en lo más importante,  "lo esencial es que estamos vivos".

  Con cada historia, se teje una red de resiliencia entre los vecinos, un recordatorio de que aun ante la adversidad, la esperanza florece en los corazones y sus voces son ecos del dolor compartido por muchos, una realidad que se repite en cada rincón afectado por la tormenta en Imías.