30 de noviembre de 1956: siempre Santiago

Compartir

ACN - Cuba
Marta Gómez Ferrals
273
28 Noviembre 2024

Fieles a sus raíces y tradición patriótica los hijos de la ciudad de Santiago de Cuba ofrecieron su apoyo al desembarco de los expedicionarios del Granma, liderado por Fidel Castro, con la acción armada del 30 de noviembre de 1956, cuando era inminente la llegada a Cuba por mar de los revolucionarios.

   El Movimiento Revolucionario 26 de Julio (M-26-7) y el connotado líder Frank País, lideraron el plan de apoyo a la espera de los futuros fundadores del Ejército Rebelde, quienes debían arribar a las costas sureñas del oriente de la nación, después de un azaroso viaje por el Golfo de México y Mar Caribe, desafiando una encarnizada persecución batistiana y las inclemencias del tiempo.

   Desde el amanecer los patriotas implicados en la acción sintieron la clarinada de combate y estuvieron prestos. El objetivo era contribuir a que las fuerzas de la tiranía, puestas sobre aviso, tuvieran que desviar su foco de atención hacia otro punto alejado de la zona prevista para la llegada y facilitar el camino de los libertarios hacia las profundidades de la Sierra Maestra, donde empezarían a cumplir su cometido.

   La firme entrega de la ciudad indómita pasaría a la historia como Alzamiento del 30 de noviembre, y aunque no se cumplieron los propósitos esperados, por causas del azar, tuvo la fuerza de una prueba aleccionadora en la cual se percibió el empuje movilizador de la juventud de la Generación del Centenario del Apóstol y la valentía de los lugareños.

   En aquella jornada, a pesar de todo memorable, los revolucionarios vistieron por primera vez el uniforme verde olivo, portaron los brazaletes rojinegros de la organización y el pueblo santiaguero dio decisivo respaldo a la insurrección incorporándose con denuedo.

   Fue también un día doloroso pues cayeron en combate tres jóvenes heroicos, hijos de la ciudad: Pepito Tey, Tony Alomá y Otto Parellada, quienes lucharon hasta el último aliento, en la toma de las Estaciones de la Policía, los dos primeros; y de la Policía Marítima, el tercero.

   El respaldo al desembarco implicaba la realización de otras operaciones en esa fecha pues también hubo compromisos de levantamiento en Puerto Padre y Guantánamo –dirigido allí por Julio Camacho Aguilera-, en tanto las células de Manzanillo y Bayamo, coordinadas entre otros por Celia Sánchez, se disponían a sumarse a las fuerzas de la expedición que debía llegar a sus costas.

   En Las Villas, Matanzas y La Habana se concibieron acciones, respondiendo a la solicitud del jefe nacional del M-26-7, Fidel Castro, de intentar distraer a las fuerzas represivas del ejército batistiano a fin de poder realizar el arribo de la endeble nave con los menores percances posibles.

   Con antelación, en julio de ese año en la llamada Carta de México, el futuro líder de la Revolución Cubana había suscrito acuerdos y consenso de unidad y solidaridad con dirigentes de las principales organizaciones patrióticas esforzadas en la lucha por la liberación del país, además de pedirlo a todos los miembros del movimiento moncadista.

   El pueblo santiaguero no sorprendió a nadie cuando comenzó a incorporarse al suceso de manera natural e intrépida, dando especial aporte a esa jornada y aunque los revolucionarios no llegaron a triunfar, quedó evidenciado que allí estaba el mismo pueblo de siempre, dispuesto a morir por la libertad, fiel a la estirpe de los Maceo, Guillermón Moncada y otros tantos héroes.

   Nada mejor que este testimonio de Frank País publicado en el periódico clandestino Revolución, en febrero de 1957:

   “La población entera de Santiago, enardecida y atenta de la revolución, cooperó unánimemente con nosotros. Cuidaba a los heridos, escondía a los hombres armados, guardaba las armas y los uniformes de los perseguidos, nos alentaba, nos prestaba las casas y vigilaba el lugar, avisándonos de los movimientos del ejército. Era hermoso el espectáculo de un pueblo cooperando con toda valentía en los momentos más difíciles de la lucha”.

   El valioso combatiente llamado David en la clandestinidad, o sea Frank País, había permanecido destacado en el puesto de mando de la acción, en la casa de la revolucionaria María Antonia. Dicen testigos que aquel día hubo combates desatados por jóvenes estudiantes en el Instituto de Segunda Enseñanza.

   Integrando las filas de combatientes, a la vanguardia también estaban Vilma Espín, Haydée Santamaría, Armando Hart, Josué País y Léster Rodríguez, los dos últimos apresados pocas horas antes del alzamiento, por lo que no pudieron cumplir su misión que era marcar el inicio enviando disparos de mortero contra el cuartel Moncada.

   Aquello era una decisión de Patria o Muerte, aun cuando todavía no hubiera llegado la consigna declarada un día por Fidel Castro, y fue vista en Santiago de Cuba aquel gris 30 de noviembre de 1956.

   En tanto, el yate Granma no pudo llegar a la Isla en esa jornada, debido a las pésimas condiciones del tiempo en el Mar Caribe, a la sobrecarga de la pequeña nave y a que debieron detener la marcha por varias horas para salvar la vida de un expedicionario caído al agua accidentalmente. La búsqueda fue larga, pero Fidel Castro ordenó el rescate por encima de todo. Felizmente lo hallaron vivo y sano.

   Los levantamientos armados previstos debían consumarse solo tras el arribo del Granma, según había puntualizado el jefe de la insurrección armada, pero llegó un momento en que las comunicaciones fueron imposibles y se hizo evidente que aviones del ejército sobrevolaban la zona, con el fin de cazar a los expedicionarios y aniquilarlos.

   Imbricados a fondo en el proceso forjador de la última gran batalla por la libertad y la justicia, los sucesos del 30 de noviembre dijeron claro y alto que ahí estaba para Cuba el brío de su Santiago, su heroica ciudad de siempre