Cienfuegos es tan marinera que muchos pierden de vista sus otros atributos, tan relevantes como ese de existir por y después del mar; y ese don radica en ser la única ciudad en el mundo que en el imaginario popular tenga para sí una luna y una luna cristal, la cual ha trascendido en una urbe Patrimonio Cultural de la Humanidad, que hoy celebra sus 205 años de fundada.
De ahí que entre sus tantos hitos exclusivos como el poseer el único Arco de Triunfo, el Paseo del Prado más largo de Cuba, o ser fundada con el hálito de los colonos franceses, bien se puede agregar la existencia de un astro netamente cienfueguero y por demás hecho a la medida de la espiritualidad de los habitantes de la otrora comarca, de la colonia, la villa y luego esta urbe.
Y la referencia es a esa luna a la cual le cantó el poeta con los más hermosos epítetos, al punto de llamarla “lejana novia helada”, o “novia blanca de nuestros amores”, incluso “luna de cristal”, hasta ser más enfático y bautizarla como “luna cienfueguera”.
Los primeros habitantes de la Jagua aborigen no solo veneraron a Huion, el sol, sino que se sintieron bendecidos por la presencia cambiante de la luna, a quien llamaban Maroya.
Cuentan las leyendas cienfuegueras que la sensible y dulce diosa se compadeció de la soledad del primer hombre, Hamao, y creó a Guanaroca. Luego al notar que el hijo de esta pareja no tenía a quien amar, concibió de un rayo de luna a otra mujer, bautizada como Jagua.
En la comarca aborigen de Jagua era la luna la productora del rocío, la protectora del amor, la que marcaría las fases idóneas para la pesca, la caza y las siembras, la subida y bajada de las mareas en la bahía homónima.
Esos saberes se trasmitieron de una a otra generación, y permanecieron porque la luna regresaba en las noches, diferente y bella, para recordar qué se debía hacer en cada fase.
Desde la fundación de la colonia Fernandina de Jagua, aquel 22 de abril de 1819, sus hijos guardaron los mitos, sobre todo los vinculados con el mar, y centraron sus vidas en su ensenada de bolsa y en el Caribe como oportunidad económica, comercial, cultural y de desarrollo en sí.
Pero la luna siguió oronda con su presencia cambiante, hasta que en diciembre de 1947 el estreno de una canción hiciera a los cienfuegueros volver la vista a Maroya, y encontrarla con su pálida cara reflejada en las aguas del mar.
Nadie como los pescadores había mantenido el culto a la luna, tanto que el poeta refiere que cuando esta se aleja y huyen sus reflejos, “mira cómo viajan los camaroneros a encender luceros en el litoral”.
Vinculado a este símbolo, esencial para las comunidades marineras, nació el proyecto Luna en Cienfuegos con perspectiva sociocultural para el rescate, conservación, protección y para hacer sostenible el Patrimonio Inmaterial, vinculado a los saberes populares y tradicionales; así como a la actividad tecnoproductiva de la pesca.
Desde la diosa Maroya, venerada por aborígenes y pescadores, la Luna trasciende en la también llamada Perla del Sur a la literatura, la música, las artes plásticas en un discurso coherente y manifiesto, que mantiene su actualidad junto a la belleza del paisaje urbano y rural y marinero.
Casi ocho décadas después de estrenada, la canción emblemática, compuesta por José Ramón Muñiz Carballo, Luna cienfueguera es la partitura cantada por tantos trovadores, inspiración para quien quiera enamorar a una mujer, o conquistar a la propia Maroya, esa novia helada, esa novia blanca, la luna de cristal. (Onelia Chaveco, ACN)