Abel Santamaría, un corazón valiente y puro

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ACN - Cuba
Por Marta Gómez Ferrals
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18 Octubre 2024

 Solo tenía 25 años Abel Santamaría Cuadrado cuando murió, asesinado de manera salvaje, tras participar en la acción revolucionaria del asalto al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba el 26 de julio de 1953, de la que era el segundo al mando por sus extraordinarios dotes de organizador y disciplina.

Hoy estaría cercano a cumplir 97 años, el 20 de octubre, ese joven eterno de la historia cubana, quizás uno de los corazones más valientes, dinámicos y puros de su generación que a las órdenes del líder Fidel Castro Ruz había decidido homenajear al Maestro José Martí, en el año de su centenario, iniciando una carga de combate contra el tirano Fulgencio Batista  para acabar con el oprobio y la injusticia en la Patria de todos.

El plan insurgente contemplaba también el asalto y toma del Cuartel Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo, otra operación  igualmente fallida desde el punto de vista militar.

Sin embargo, la trascendencia e importancia moral de aquellos acontecimientos salieron a la luz después.

Nacido en 1927 en el batey Constancia, localidad rural de Encrucijada, antigua provincia Las Villas, Abel mostró que más allá de la importancia de su cargo se había convertido en “el alma del movimiento”, según atestiguaría Fidel en el juicio que se le siguiera, tras la captura y masacre de la mayoría de los asaltantes por los esbirros batistianos.

Una descripción del orador lo cualifica como el más generoso, querido e intrépido de nuestros jóvenes. Y todo el que conoció a ese cubano bisoño con nombre que parecía de ángel sabe que esa definición era muy certera, pues él cumplía con eficiencia tareas en todos los frentes de la lucha revolucionaria juvenil, en auge tras el cuartelazo de Fulgencio Batista en 1952.

Lo demostró cuando se implicó con todo en el fortalecimiento de la organización y disciplina de las células o grupos creados, la difusión de la propaganda, promoción de manifestaciones de calle, la preparación militar y la incesante búsqueda de fondos financieros destinados a la adquisición de armamentos, uniformes, sin descuidar el soporte de los medios de transporte de aquellos que irían hacia las ciudades de Santiago de Cuba y Bayamo, en la provincia de Oriente.

Tuvo bajo su cuidado y alistamiento  la Granjita Siboney donde radicaría el cuartel general de la acción del 26 de Julio en Santiago, así como garantizar las sedes de alojamiento transitorio, tanto en esa urbe como en Bayamo.

Sí que fue el alma de todo ese gran despliegue, destinado en principio a desencadenar una insurrección popular armada contra la dictadura, con lo cual la Generación del Centenario se proponía prender la llama de la Revolución, la misma iniciada por Carlos Manuel de Céspedes en Demajagua y continuada por Martí, Maceo, Gómez y otros en 1895.

Entre Fidel y Abel había estrecha comunicación, nacida de una sinergia o dinámica muy parecida en estilos de movilización, control de los detalles, los pro y los contra, la disciplina, la iniciativa en aras de la solución de problemas…

Y si a esto se sumaba la coincidencia de las mismas convicciones políticas, era una maravilla que aquella relación cristalizara a partir de un joven trabajador, alejado involuntariamente de los estudios superiores por la escasez de sus recursos, pero dueño de una inteligencia sin igual y lúcida como la de Abel con el abogado brillante que despuntaba en Fidel.

Ambos si se quiere estaban igualmente desencantados de las últimas tendencias del ala más derechista del Partido Ortodoxo donde militaron, también habían enriquecido su bagaje ideológico con lecturas de obras de Carlos Marx y Vladimir Ilich Lenin, con las cuales eran afines, al tiempo que aprendían de los métodos de lucha de corrientes progresistas y de izquierda, todavía sin hacerlo público. Los dos estaban convencidos de que la Revolución por reanudarse, vencería todos los obstáculos y triunfaría.

Cuando después de Fidel, Abel habló a los asaltantes en la aurora del 26 de julio en Santiago, les dijo:
   «...es necesario que todos vayamos con fe en el triunfo nuestro mañana, pero si el destino es adverso estamos obligados a ser valientes en la derrota, porque lo que pase allí se sabrá algún día. La historia lo registrará y nuestra disposición de morir por la Patria será imitada por todos los jóvenes de Cuba. Nuestro ejemplo merece el sacrificio y mitiga el dolor que podemos causarles a nuestros padres y demás seres queridos: ¡Morir por la Patria es vivir!».

El pequeño apartamento en la esquina de 25 y O, en el Vedado capitalino, alquilado por Abel y su hermana Haydée tiempo después de su llegada a La Habana, sirvió como punto de las reuniones preparatorias encabezadas por Fidel.

Es ejemplar el accionar de ambos hermanos villareños metidos en el vórtice de la organización, junto a otros compañeros como Jesús Montané, Melba Hernández, Raúl Gómez García y Boris Luis Santa Coloma, asiduos visitantes a su vivienda.

Con rapidez se le dio la responsabilidad a Abel de ser segundo jefe del Movimiento, y es miembro de su comité civil y militar. También todo lo referente al asalto al Cuartel Carlos Manuel de Céspedes, de la localidad bayamesa, señalado para la misma fecha, estaba bajo su mando.

En medio de la madrugada  salieron los hombres y las mujeres a cumplir su cometido o morir. Abel Santamaría asume la tarea de intentar  la ocupación del Hospital Civil Saturnino Lora, situado frente a la puerta principal del Regimiento, no sin cierta inconformidad que hace saber a su jefe. Quería una misión más riesgosa.

Fidel no lo aceptó e hizo valer su autoridad, aunque Abel quisiera hacerlo todo por proteger la vida de su superior.

Abel había llegado a La Habana con solo 20 años procedente del pueblito natal, donde trabajó en la industria azucarera, en compañía de sus padres, humildes emigrantes españoles, y de sus cuatro hermanos.

En la capital vivió  primeramente en un cuarto que compartía con un primo, quien lo ayudó a encontrar su primer trabajo en la textilera Ariguanabo, como contable. Ganó por oposición la matrícula en la Escuela Profesional de Comercio, que incrementó sus destrezas en ese oficio, y en el Instituto de Segunda Enseñanza, con el fin de hacerse bachiller.

Estudiaba y laboraba con ahínco y grandes sacrificios. Luego pudo encontrar una ocupación mejor remunerada en la Agencia que representaba la comercialización de los autos Pontiac. Esto le posibilitó comprarse a plazos un automóvil de uso y alquilar el apartamento del Vedado. Trajo entonces a Haydée a vivir con él.

Su primera militancia política fue dentro de las filas ortodoxas, inspirado como muchos jóvenes de su tiempo en el intachable Eduardo Chibás. Sin embargo, su luz lo llevó más lejos, hasta el mismo corazón de las filas de la Generación del Centenario y el memorable asalto del Moncada.