El triunfo de la Revolución el primero de enero de 1959 representó uno de los hechos más extraordinarios de la historia y, a la vez, supuso el inicio de un sinnúmero de planes financiados y organizados por, o desde, los Estados Unidos para derrocar al naciente proceso y contrarrestar la capacidad de liderazgo del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz.
A pocos meses de aquel suceso que repercutió de manera trascendental en todo el mundo, quiso el azar que el eterno guerrillero “festejara” su cumpleaños 33 en la ciudad de Trinidad, en la entonces provincia Las Villas, mientras dirigía las acciones que conllevaron al fracaso de lo que los textos recogen como la conspiración trujillista, pero que involucró, por ejemplo, a seguidores del derrotado régimen de Fulgencio Batista.
En medio de las medidas que, poco a poco, les permitían a los hombres y mujeres más humildes de la Isla dejar atrás décadas de opresión y abusos, el gobierno estadounidense preparaba uno tras otro los golpes, sin tener en cuenta las cualidades morales y como estratega del Líder histórico cubano y la firmeza de un pueblo dispuesto a defender cada palmo de su tierra.
Fue el dictador de República Dominicana Rafael Leónidas Trujillo quien se prestó para el complot contra Cuba, el cual contó, además, con el consentimiento de emigrados contrarrevolucionarios de la mayor de las Antillas, militares del régimen batistiano y otros apátridas.
Pero mucho antes de “hacer aguas” aquella conspiración y con los elementos suficientes en sus manos para evitar la invasión por la pista de aterrizaje trinitaria, el eterno combatiente rebelde planeó cada detalle de la respuesta, hasta el extremo de hacerles creer a los mercenarios que tenían el camino libre.
Cuando apenas quedaban algunas jornadas para celebrar el cumpleaños 33 de Fidel, se produjo la captura de cientos de implicados, detenciones que volvieron a poner a prueba la lealtad y compromiso con la Revolución de hombres como Juan Almeida Bosque o Ramiro Valdés Menéndez; todo estaba listo para protagonizar otra victoria del naciente Gobierno.
En la tarde del 12 de agosto de 1959 llegó el Comandante en Jefe a la otrora tercera villa, sitio escogido para la invasión y donde se habían desplegado las Fuerzas Tácticas de Combate del Centro, al mando del también Comandante Filiberto Olivera Moya; junto a Fidel estaban Camilo Cienfuegos, el “barbudo” de la eterna sonrisa, Celia Sánchez Manduley y otros oficiales.
Cerca de la pista de aterrizaje del aeropuerto de la antiquísima urbe, el máximo líder instaló el puesto de mando y una vez más emergió su capacidad táctica y estratégica, pues todo le hacía pensar a los conspiradores que la zona había sido tomada por contrarrevolucionarios.
Resultó tan perfecta su ubicación que pasó inadvertida, incluso, para el sacerdote Ricardo Velazco Ordóñez, enviado personal de Rafael Leónidas Trujillo y quien viajó en un avión solo para comprobar en el terreno la situación, antes de dar luz verde a las tropas; no era la primera vez que este hombre se prestaba para apoyar semejantes planes.
Mientras, una compañía rebelde disfrazada de campesinos gritaba en la pista aérea ¡Viva Trujillo! ¡Abajo Fidel!, rememoró tiempo después el propio líder.
El 13 de agosto de 1959 un avión C-46 procedente de la nación dominicana y cargado con miles de pistolas, radios portátiles y bazucas fue atrapado en el aeródromo y los 11 mercenarios que venían en él, apresados y juzgados.
Debido a un intercambio de disparos, hubo varios heridos entre ambas tropas y se produjo la muerte de algunos combatientes cubanos, como Frank Hidalgo-Gato y Eliope Manuel Paz Alonso.
Ese 13 de agosto cumplía yo 33 años, escribió el propio Fidel posteriormente, estaba en la plenitud de la vida y de las facultades físicas y mentales. Se trataba de una importante victoria revolucionaria, pero a la vez una señal de los tiempos que vendrían y un triste obsequio que me hizo Rafael Leónidas Trujillo el día de mi onomástico.