El 30 de septiembre de 1930, en plena vorágine del combate contra el dictador Gerardo Machado, cayó el joven estudiante universitario Rafael Trejo González, casi en los predios del centro de estudios superiores que ya irradiaba un pensamiento y quehacer revolucionario intransigente con el vicio y la injusticia.
En la fatídica jornada algo llamaba la atención sobre la estampa del joven y era el atuendo un tanto inverosímil de una persona siempre vestida con sobria elegancia, esta vez trocado en un traje gastado y un viejo sombrero de pajilla pintado de color aluminio cubriendo su testa.
Dicen que lo portó al participar en una protesta- en la cual llevaba además de forma muy visible una hoja del almanaque con la fecha de la jornada-, notificadora por azar de su último día de vida.
Con solo 20 años cumplidos, Rafael Trejo acudió a un llamado de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), combativa organización fundada en la Alma Mater por el extraordinario combatiente juvenil Julio Antonio Mella.
El sepelio de Trejo, fallecido en el hospital a consecuencia de dos disparos a quemarropa, fue otro acto combativo de singular coraje protagonizado por los estudiantes y el pueblo, que a pesar de la represión despiadada comenzaba a anunciar el inicio del fin del poder del tirano, derrocado por la marea revolucionaria de agosto de 1933.
Al tanto de la protesta del 30 de septiembre, las fuerzas represivas del ejército y sus sicarios arremetieron sin contemplaciones, comandadas por Antonio Ainciarte Agüero, jefe de la policía, quien apostó a sus efectivos desde el amanecer en los alrededores de la mítica colina frente a la calle San Lázaro, principalmente.
A pesar de que Machado en 1929 mandó a asesinar a Mella, líder indiscutido de la juventud universitaria y fundador del Partido Comunista; en 1930, a un año de su muerte atroz en México, los educandos de la Universidad de La Habana seguían mostrando estar a la delantera en el accionar revolucionario que también incluía a la clase trabajadora y otros sectores emergentes como el intelectual.
El histórico 30 de septiembre hizo oír la consigna generalizada de llevar a la calle a los obreros, profesionales, trabajadores y en fin, al pueblo, junto a los universitarios, para dirigirse al Palacio Presidencial a pedir la renuncia del tirano y estimular el estallido de las masas.
Podría decirse que ya estaban muy claras las directrices y la madurez ideológica generadas por el despertar de la conciencia nacional iniciado a principios de la década del 20.
Se afianzaba el estilo que preconizaba la unidad de las fuerzas patrióticas y el convencimiento de que la injusticia estaba muy vinculada al sistema neocolonial impuesto por la potencia que había resultado interventora y coartadora de la independencia cubana a partir de 1898, en los finales de la Guerra del 95.
Por entonces ya se avizoraba que la crisis estructural que padecía la nación y sus hijos había entrado en una etapa insostenible, atizada por un presidente asesino y melómano, subordinado al poder foráneo dominante, y que esa debacle manifiesta en todas las esferas de la vida solo terminaría con la defenestración del dictador y una auténtica revolución popular.
En ese contexto, el estudiante de Derecho Rafael Trejo González como dirigente de la FEU en su facultad tomaba parte también siendo uno de los artífices de la gran manifestación convocada.
Trejo vio la luz en San Antonio de los Baños y era hijo de la maestra rural Adela González Díaz, una de las primeras en cumplir esa función en la República nacida en 1902.
De su progenitora aprendió a amar a José Martí, Antonio Maceo y a las tradiciones patrióticas y libertarias como otros jóvenes de aquella época de nueva forja de revolucionarios.
Su padre también influyó en sus valores pues siendo de origen campesino se dedicó, además, a la elaboración de tabacos de forma artesanal y con gran esfuerzo más adelante se graduó de doctor en Derecho, para ejercer la profesión con probidad y alta ética.
Es evidente que su ejemplo llevó al joven Rafael a escoger la carrera.
La descripción física de Trejo hecha por Raúl Roa es muy ilustrativa de su carisma: “…un mozalbete de pelo lustroso, tez trigueña, bigote mongol, torso amplio y ágil musculatura”.
Pero la moral es la que más impresiona pues Roa aseguró que Trejo le dijo: “No creas que mi aspiración es hacerme rico a expensas del prójimo. Mi ideal es poder defender algún día a los pobres y los perseguidos. Mi toga estará siempre al servicio de la justicia. También aspiro a ser útil a Cuba. Estoy dispuesto a sacrificarlo todo por verla como quiso Martí”.
Son palabras que hoy resuenan como testamento político de un joven héroe y nos hacen verlo como alguien raigal y trascendente, a pesar de su juventud, cuando aquel día con toda sencillez se incorporó a la gran manifestación enfrentada con esfuerzo titánico a la represión policial.
Al arribar a la intersección de las calles San Lázaro e Infanta, Trejo se vio abocado a luchar cuerpo a cuerpo contra un esbirro que tenía un revólver en la mano y éste le hizo dos disparos directos, fulminantes, en el torso.
Herido de muerte fue llevado al hospital junto a otro líder destacado, Pablo de la Torriente Brau, golpeado en la cabeza. De esa circunstancia impactante escribió luego Pablo: “Yo no podré olvidar jamás la sonrisa con que me saludó Rafael Trejo cuando lo subieron a la Sala de Urgencia del Hospital Municipal, sólo unos minutos después que a mí, y lo colocaron a mi lado (…) su sonrisa, con todo, me produjo una extraña sensación indefinible. […] era para mí como un adiós que yo recibía en condiciones de angustia invencible […]. Moriría al otro día.”