Ciego de Ávila, 14 oct (ACN) Crecí entre cañaverales, viendo de cerca y sintiendo el ruido estrepitoso de las combinadas durante los cortes de la dulce gramínea, desde la madrugada y hasta bien tarde en la noche; apreciando los movimientos en los centros de acopio de la caña, el traslado de tractores por caminos angostos y la rapidez de los trenes cargados para saciar las demandas de un central que, a ratos, daba un pitazo como señal de cumplimiento de alguna de sus metas.
Pero, sobre todo, crecí admirando los esfuerzos de los trabajadores azucareros, con horarios laborales extendidos y enfrentando el calor, el frío, la lluvia... para sembrar, cortar o moler la caña que proporciona el dulce grano.
Crecí, escuchando las historias de Renán Cabrera, millonario sobre una combinada, cuya única fortuna eran la cantidad de caña cortada, sin embargo, todo su esfuerzo lo compensaba la admiración de los compañeros y el título de Héroe del Trabajo de la República de Cuba.
Me crié, y es toda una dicha, al calor de la gente humilde y trabajadora de ese sector, sobre todo el de papá, que siempre ha sido guía e inspiración desde su pequeño espacio en un central que, después de cinco años "dormido", quiere despertar en la próxima zafra, con el deseo de empujar una industria y esfera representativa de la economía nacional, pero que es también cultura y tradición, además de devolver el aliento a hombres y mujeres que respiran mejor cuando sienten el olor a caña cortada, guarapo, mieles y azúcar.
Aunque ya no vivo entre cañaverales, conservo el privilegio de ver al hombre que despierta temprano, con la motivación de volver a la Empresa Agroindustrial Enrique Varona (en el norte de la provincia de Ciego de Ávila) y con la alegría de saber que puede arrancar la molienda en los próximos días. Sigo creciendo, de la mano de un trabajador azucarero que no se rinde.