De Orestes heredó su hijo la pasión por el campo

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ACN - Cuba
Yadira Núñez Figueredo | Fotos: Rodolfo Blanco Cué
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26 Septiembre 2024

 Entre el arado, la guataca y el machete se crió Orestes Pérez Sánchez, quizás por ese motivo hoy siente que es más útil en el campo que en el hogar, aunque a veces sus 88 años le recuerden que debe, de vez en cuando, tomar una pausa y descansar.

   Este experimentado productor del batey de Veracruz, municipio Vertientes, en Camagüey, es de los primeros en alistarse cada mañana, porque si algo lo desvela es la necesidad de producir para asegurar los alimentos en la mesa del pueblo, y en la de los suyos.   

Foto: Rodolfo Blanco Cué (ACN)

En la casa no me siento bien, tengo que estar en el campo, confiesa Orestes mientras acaricia a Amarillo y Rompe Monte, los dos bueyes en los que se apoya todos los días para cultivar y surcar los terrenos del colectivo laboral, perteneciente a la Empresa Azucarera Batalla de las Guásimas.

   De sus padres aprendió las herramientas necesarias para hacer germinar el suelo, incluso para llegar a cortar hasta siete mil toneladas de caña, verdadera hazaña, de la que siente gran orgullo su hijo Alexander Pérez Pacheco.

   Junto a su progenitor  y a 10 trabajadores más, las producciones de yuca, maíz, malanga, boniato y otros cultivos prosperan en esas áreas, en las que ya cuentan con 180 hectáreas sembradas.   

Foto: Rodolfo Blanco Cué (ACN)

Mi "viejo", asegura, trabaja porque quiere, le gusta y siente que todavía puede aportarnos sabiduría para obtener mejores rendimientos en las cosechas.

   Desde pequeño, dijo, ha sido mi ejemplo, por lo que estar junto a él siempre me ha inspirado a esforzarme, amar y entregarme con mayor ahínco al surco.

   A veces queremos darle otras tareas pero se pone guapo, agregó, entonces preferimos que se sienta complacido y feliz haciendo lo que quiere con la yunta de buey, mientras con el tractor nos encargamos de preparar la tierra y así la dejamos lista para cultivar.

   

Foto: Rodolfo Blanco Cué (ACN)

Mi padre es mi vida, solo estudié hasta el noveno grado, y me dispuse a laborar en el campo como parte de una tradición familiar que ha rendido frutos para satisfacer las demandas de la comunidad, casas de abuelos, escuelas y otras instituciones sociales.

   

Aquí, entre todos siempre estamos valorando qué más podemos hacer para aprovechar mejor la tierra en beneficio común.

   A Orestes, con su experiencia, y Alexander, con su fuerza, no solo los une el vínculo familiar, sino también la voluntad de desafiar cada día el sol, la lluvia, las carencias de insumos, abonos y otros recursos, para demostrar que el trabajo en el campo es tan necesario como hermoso si se siembra con el corazón.