Ninguna descripción mejor que la escrita por José Martí, muchos años después, para hablarnos de la conjunción sublime experimentada en Demajagua en el amanecer del 10 de octubre de 1868, cuando los cubanos dieron el grito de independencia o muerte que juntara a señores, pueblo humilde y esclavos recién liberados en la primera guerra emancipadora de la Patria, suerte de parto de los montes anunciador de un mundo nuevo muy distinto a lo conocido hasta el momento.
Al iniciar ese día desde su ingenio azucarero Demajagua, a unos 13 km de Manzanillo, la primera guerra contra el dominio de España, el abogado patriota bayamés Carlos Manuel de Céspedes encabezaba no solo un acto de rebeldía gestado fundamentalmente en el oriente cubano.
Expresaba sin saberlo, pues no había aún cristalizado y estaba en hervores todavía, el profundo proceso de forja de la nacionalidad cubana, del cual el estallido irreverente y patriótico era muestra.
Urgente como un relámpago tuvo que ser ese comienzo, protagonizado por una caballería impaciente de unos 600 combatientes de lo que en lo adelante también sería llamada Guerra de los Diez Años (1868-1878), finalizada sin alcanzar los objetivos supremos de la independencia, pero en cambio convertida en catalizador de acción en la formación de una nación y un pueblo que aprendió de sus lecciones y errores.
Coincidente en el tiempo con la etapa más definida de crecimiento de la identidad nacional, puede decirse que fue un proceso de maduración, aun considerando las insatisfacciones y pérdidas, en el cual se vio nacer y forjarse una pléyade de grandes hombres y mujeres de la Patria, en plena juventud y madurez, quienes hoy nutren el patrimonio simbólico más amado.
El hacendado manzanillero Bartolomé Masó acompañó a Céspedes desde el primer momento tras también liberar a sus esclavos y reunir una fuerza notable para integrar la tropa improvisada, mal avituallada y sin experiencia militar, solo armada con su dignidad y la voluntad de lanzarse a la manigua redentora.
Masó llegó a alcanzar los grados de General del Ejército Libertador y fue destacado participante de todas las contiendas por la libertad.
Bayamo era el bastión principal de la zona oriental en cuanto a la conspiración revolucionaria, por lo cual al adentrarnos en su latir de villa próspera que aspiraba a más, encontramos al patricio Perucho Figueredo, metido en la vorágine de los preparativos del alzamiento, previsto inicialmente para el 14 de octubre. Hubo que adelantarlo pues la metrópoli, avisada, se disponía a apresarlos.
Abogado, escritor y músico, Perucho era en ese entonces autor de la melodía del que sería nuestro Himno Nacional, y diríamos que casi estaba a punto de escribir su letra inmortal el siguiente 20 de octubre, según la tradición. Alcanzó altos grados en el naciente Ejército Libertador antes de caer fusilado por el colonialismo en 1870.
Sobresaliente fue la estatura del patriota y hombre probo de Francisco Vicente Aguilera, quien encabezaba la Junta Revolucionaria de los dominios bayameses en el instante del alzamiento, cuando Céspedes radicaba en Manzanillo, en una suerte de exilio impuesto por sus acciones políticas previas, perseguidas con saña por la Corona. Aguilera murió muy pobre en el extranjero, después de perder una fortuna inmensa por la causa independentista.
Francisco Maceo Osorio y Donato Mármol estuvieron igualmente entre los más connotados bayameses que hoy conforman su retablo de héroes.
Figuras extraordinarias surgieron en esa campaña inaugural del sentimiento patriótico como los hermanos Antonio y José Maceo y Grajales, la madre de la Patria Mariana Grajales, el Generalísimo Máximo Gómez Báez y el inolvidable Mayor Ignacio Agramonte y Loynaz, por solo citar a algunos de los padres fundadores más connotados de ese período fecundo.
El Comandante en Jefe Fidel Castro, al conmemorarse el centenario del glorioso 10 de Octubre, en 1968, significó algo que desde entonces sus compatriotas han valorado en su justeza.
Fue cuando el Líder enunció que en Demajagua, junto con el grito de ¡independencia o muerte!, nació la única Revolución que ha conocido la tierra cubana, dedicada a la lucha por la libertad. En ello hay coincidencia esencial con el pensamiento del Maestro, José Martí.
Un ideario ante todo patriótico, liberal y progresista bullía en los principales hacedores del singular levantamiento o Revolución de Yara, que mostró su avanzada al declarar algo sin precedentes, sobre todo si se le compara con otros movimientos emancipatorios en todo el continente americano.
Fue la decisión valiente que dio la libertad a los esclavos, sin mediar condiciones, y el enunciado moral que los igualaba a todos los habitantes, refrendados en la Proclama de la Junta Revolucionaria de la Isla de Cuba, más conocida como Manifiesto del 10 de Octubre.
Cuentan que Céspedes, venerado hoy como Padre de la Patria, escribió y leyó la Proclama a los enardecidos y futuros soldados reunidos en su ingenio, convocados velozmente a lanzarse a la campaña ingente.
Sin embargo, la primera acción por los aires libertarios pasó a la historia con el nombre de Grito de Yara porque ocurrió en esa localidad, más allá de Manzanillo y rumbo a Bayamo, donde el recién nacido Ejército Libertador tuvo un encuentro con el enemigo en combate que perdió y causó la dispersión de la inexperta tropa.
Solo quedaron 12 soldados mambises, que Céspedes consideró suficientes para no rendirse y continuar.
Tuvo razón, pues muy poco después se sumaron mayores adhesiones de criollos patriotas y revolucionarios venidos de distintas partes de la región costera de Manzanillo, Bayamo, el valle del Cauto y todo el Oriente. Y pudieron marchar al asalto de la importante plaza bayamesa el día 18, con resultados increíbles el famoso 20 de octubre, en que tomaron triunfalmente la ciudad.
Casi tres meses después con el asedio, quema y caída de la capital de la República en Armas -Bayamo- Céspedes y sus seguidores no se rindieron y continuaron la lucha. En 1869 la región camagüeyana de Guáimaro sirvió de alguna manera como punto de unión de los fundadores de Oriente y el Centro.
Continuando la vocación primigenia de apego a la ley y el civismo en abril de 1869 nació la primera Constitución, la cual proclamaba la igualdad de todos los cubanos ante la Ley. Como primer presidente de la República fue elegido el Iniciador, Carlos Manuel de Céspedes, abogado de oficio, hombre culto y librepensador, con ideario avanzado en cuanto a la justicia y la igualdad social.
Diez años después, errores como el caudillismo, las indisciplinas, la falta de unidad, intrigas, traiciones y otros factores de peso como la escasez de recursos en armamentos y vituallas, llevaron al traste el sueño de los patriotas