"Escasos, como los montes, son los hombres que saben mirar desde ellos, y sienten con entrañas de nación (…)”.
A casi 60 años desde que leyó por primera vez estas líneas frente al busto de José Martí, en el Pico Turquino, ahora con ocho décadas de vida el combatiente Edilberto Lee Kim se siente reflejado en ellas con total fidelidad.
Auxiliados por prominentes espejuelos, sus ojos rasgados, cabellera lacia y pequeña estatura, dejan al descubierto distintivos de la presencia asiática en el descendiente de una humilde familia de coreanos asentada desde principios del siglo XX en la finca El Bolo, cercana a la zona de Cidra, poblado de la provincia de Matanzas.
En los primeros años tras el triunfo de la Revolución, cuando estudiaba en la Escuela de Comercio, formó parte de las Milicias Nacionales Revolucionarias, integró el Batallón 203 del barrio Pueblo Nuevo en la cabecera provincial y participó en diversas movilizaciones como la Lucha Contra Bandidos en el Escambray y la captura de los mercenarios que trataban de huir por los pantanos tras su derrota en Playa Girón.
Recuerda que, ya de regreso a las clases en la institución local, sin dudas levantó la mano ante la convocatoria de una comisión de oficiales que captaba a jóvenes interesados en estudiar la especialidad de aviación militar en el extranjero.
Rigurosos exámenes médicos en La Habana acompañaron el proceso de selección que culminaría con el intensivo ejercicio de subir cinco veces la mayor altura del país- el “Turquino”-, en la Sierra Maestra, y en los primeros días de septiembre le sorprendió la noticia de que su preparación como piloto continuaría en la República Popular China.
Una vez en la nación asiática comenzó el curso teórico-práctico, con lecciones sobre Navegación, Instrumentos y Física, a los que se sumaron los vuelos en el avión primario o de propela, y en el modelo Yak-18; luego vendrían las maniobras en el Mig-15 y las clases de Teoría del Vuelo, Aerodinámica y Paracaidismo.
“Antes de volar debíamos tirarnos en paracaídas, nunca había visto eso, nunca le he tenido afecto a ese ejercicio. Los instructores se lanzaban y caían normal de pie, yo fui el tercero, no sé cómo me tiré, pero fue una sensación muy rara, como si bajaras un escalón pero que está más abajo de lo que piensas, todo eso en pocos segundos”.
De regreso a Cuba, le orientaron trasladarse a la Base Aérea de San Antonio de los Baños por unos meses, donde empezó a volar el Mig-15 con instructores soviéticos y cubanos. La práctica en ese tiempo, aseguró, lo formaron como un mejor piloto para después incorporarse a la Base en San Julián, Pinar del Río, y aprender a volar de noche.
En 1975 llegó la primera misión para la República Popular de Guinea-Conakri, donde durante más de un año se mantuvo volando de noche y de día en actividades de guardia y preparación combativa. “África era muy oscura porque la iluminación de las ciudades era muy pobre”.
Posteriormente en 1976 vendrían las operaciones en Angola, específicamente en Luanda, la capital, con varias incursiones orientadas a explorar y vigilar el movimiento de los sudafricanos, además de organizar un escuadrón aéreo de combate de Mig-21, con vistas a esperar las instrucciones del Mando Superior y entrar en acción.
Durante el recuento, la cronología apuntaba a un momento trascendental en la historia del piloto de facciones asiáticas, pero de profunda cubanía: corría agosto de 1983 y las jornadas de resistencia en Cangamba.
Edilberto integraba la Aviación de Olivo, fuerza aérea cubana creada en Huambo para combatir a la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (Unita), y una vez conocidos los planes de cercar y ocupar el caserío de Cangamba, se le asigna la labor de apoyar a la 32 Brigada Ligera de las Fuerzas Armadas Populares de Liberación de Angola (Fapla), asesorada por combatientes de la Isla.
“Comenzamos el 2 de agosto a atacar a las posiciones enemigas desde el aire, con lanzamientos de 200 a 500 kilogramos de peso y ametrallamiento con cohetes, y también de fragmentación; mientras estábamos arriba la Unita recesaba la artillería para no ser descubierta”.
Desde el espacio -comentó-, no se podían localizar las posiciones de los liderados por Jonas Savimbi, fundador de ese movimiento armado; en ocasiones había mucha neblina y el silencio impedía apreciar las trazadoras de los disparos.
“En un inicio no contábamos con un apuntador que precisara el lugar donde había mayor concentración enemiga, pero ante la limitante Julio Chong, colega piloto que se encontraba imposibilitado para realizar vuelos, desde un helicóptero fue lanzado a nuestras trincheras en Cangamba y con un radio-transmisor nos comunicaba la posición de las fuerzas contrarias”.
La aviación le hizo mucho daño a la Unita, resaltó el veterano que en aquel agosto realizó cerca de 40 misiones. “De conjunto, recordó, con el arribo de los helicópteros y nuestras Tropas Especiales, los obligamos a abandonar el campo de batalla después de ocho jornadas de ataque el día 9”.
El Teniente Coronel Edilberto Lee Kim muestra sencillez al momento de hablar de sus hazañas, y aunque atesora numerosas medallas y lauros en reconocimiento a su valor, prefiere quedar en la historia como aquel joven que levantó la mano ante una convocatoria porque sabía que podía ser piloto.