Una suerte de hora del recuento y de la marcha unida es también para los cubanos el 25 de noviembre, fecha en que se conmemoran el octavo aniversario del fallecimiento del Comandante en Jefe Fidel Castro, líder de la Revolución, y el comienzo de la travesía, 68 años, atrás de la expedición libertaria del Granma por él encabezada.
La desaparición física, hecho que pudiera ser solo luctuoso, al paso del tiempo refuerza y ensancha la valoración, múltiples significados y sentimientos de obra inmensa y del ideario de a quien se le llama con amor Fidel, sencillamente.
Nacido el 13 de agosto de 1926 en la localidad rural de Birán, hoy perteneciente a la provincia Holguín, desde muy joven encauzó su accionar y combate por reivindicaciones sociales y políticas, a partir de su toma de conciencia desde las aulas de la escuela de Derecho de la Universidad de La Habana, donde él afirmara que se forjó como revolucionario.
En lo adelante pensamiento y acciones estuvieron estrechamente unidos en su persona con entrega total, y él mismo reconoció en sus reflexiones haber nacido para luchar toda la vida, ya fuera por la libertad, por la justicia y las causas justas; y así lo constató este pueblo.
Su entrega tiene hoy especial actualidad y se habla comúnmente de su experiencia y se invoca la manera en que solucionó o cumplió determinadas tareas.
Una huella permanente ha dejado entre sus connacionales el Líder que empezó a cumplir sin demora, fielmente, el Programa del Moncada, basado en su autodefensa cuando fuera juzgado por las acciones del 26 de julio de 1953.
Con obras concretas y transformadoras se desarrollaron, entre otras realizaciones peliagudas, una contundente Reforma Agraria, una Reforma Nacional de la Enseñanza que sembrara de escuelas el país, se dio atención sanitaria gratuita a toda la población y se llevó a cabo la colosal Campaña de Alfabetización que conmovió al mundo.
Su ideas, convertidas en proyectos, programas masivos o instituciones nuevas, acabaron con la subordinación a los designios de una potencia extranjera, y empezaron a trabajar por la unidad de todo el pueblo en aras del progreso, la justicia y el desarrollo de la Patria, a pesar de que ese empeño ha sido obstaculizado brutalmente por el enemigo.
Gracias a ese pensamiento de largo alcance dio prioridad al contacto perenne con las masas e impulsó la creación de organizaciones como los Comités de Defensa de la Revolución, la Federación de Mujeres Cubanas, la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños, fortaleció el movimiento sindical y promovió el protagonismo de las entidades estudiantiles tradicionales y otras nuevas.
Sus iniciativas marcaron un aporte inapreciable en la praxis revolucionaria y triunfaron porque facilitaron el concurso masivo de la población e hicieron posible cumplir importantes tareas con entrega, entusiasmo y combatividad a la altura del proceso justiciero de la Revolución.
Esa obra pervive y en el camino se han perfeccionado métodos, enriquecido sus contenidos y subsanado errores humanos en tiempos cambiantes y retadores.
El inagotable ideario de Fidel, basado en su militancia comunista, marxista-leninista, se cimentó sobre una irreductible vocación patriótica y martiana desarrollada desde su infancia, en el hogar probo de los Castro Ruz.
Además, fue nutrido por los aportes de su cultura profunda y humanística, su amor por el aprendizaje constante, el estudio y la lectura (“No le decimos al pueblo cree, le decimos lee”, dijo una vez) y por preconizar la aplicación y el fomento de los logros de la ciencia, la práctica del deporte como derecho del pueblo, como pilares de la salud y el avance.
De su acervo salió el empeño puesto por la Revolución en el fomento de un movimiento deportivo en cuya edad de oro Cuba se puso entre los destacados a nivel mundial, en tiempos en que ya era un país bloqueado y sujeto a contingencias duras, como la etapa del período especial ocurrida a comienzos de los años 90 con la caída del campo socialista.
Las banderas del internacionalismo y de la cooperación con otros pueblos del mundo han ondeado con fuerza en la Revolución, que supo encabezar el invicto Comandante Fidel Castro.
Así estuvieron presentes cuando se ayudó, al precio de la vida de muchos hijos de esta tierra, en la lucha por la soberanía de Angola y la eliminación del Apartheid en el sur del continente africano, entre otras justas y nunca mercenarias campañas militares.
Igualmente, la cooperación cubana ha sido bien recibida por los pueblos y reconocida fuera de fronteras en el área de la salud, con la prestación de asistencia en lugares apartados de América Latina y el orbe. También con el funcionamiento de la Brigada Internacionalista Henry Reeve, contra los efectos de desastres naturales.
Recientemente recordamos admirados el aniversario 25 de la creación de la Escuela Latinoamericana de Medicina (Elam), institución que habla por sí misma de la grandeza del pensamiento revolucionario y humanista del Comandante en Jefe Fidel Castro, en la cual se han formado como médicos alumnos no solo del continente, sino también de todo el planeta, dedicados mayoritariamente a mejorar la atención sanitaria en sus naciones de origen.
Y hay que señalar que tanto la colaboración médica como la Elam han sufrido los embates del recrudecimiento del bloqueo económico, comercial y financiero, pero sus ejecutores, como su creador, son de la dura casta de los caguairanes o tenaces, que nunca se detienen ni se rinden.
No cabe dudas de que cuando los compatriotas acudan a los tradicionales homenajes en el Cementerio de Santa Ifigenia, donde reposan sus cenizas, lo harán también pensando que Fidel está no solo allí, sino también con todos y en todas partes. “¡Somos Fidel!”, dicen muchos y tienen razón, son tiempos en que debemos ser Fidel.