El 20 de mayo de 1902 miles de los habitantes de La Habana y sus alrededores se agolparon a lo largo de los arrecifes del canal de entrada a la Bahía y frente al Palacio de los Capitanes Generales para contemplar cómo en ambos lugares se arriaba la bandera estadounidense y se izaba la de la estrella solitaria, anunciando al mundo el nacimiento de una nueva república supuestamente independiente.
Para entonces solo una ínfima parte de los cubanos que celebraban conocían de la existencia de un oscuro senador republicano de Connecticut nombrado Orville H. Platt, autor una enmienda por encargo a la Ley de Gastos del Ejército de quien tomó nombre, la cual sería un apéndice obligado de la Constitución de la República por la ocupación militar yanqui que la convertía en una semicolonia estadounidense.
Según la Enmienda Platt, Cuba debía reconocer el derecho de EE.UU. de intervenir en el país, de ceder o vender territorios y las mejores bahías para emplazar bases navales, consultar sus relaciones internacionales y comerciales para llevarlas adelante, entre otras reclamaciones, como condición de la evacuación militar por Washington.
Fue el propio gobernador estadounidense Leonardo Wood, uno de los principales actores de esa trama, quien reveló en carta al entonces presidente de su nación, Theodore Roosevelt, el 28 de Octubre de 1901, la verdadera política imperialista sobre la Isla que estaba detrás de ese escenario de alegría de un pueblo que celebraba ajeno a la verdadera trama que se iniciaba ese día.
En esa ocasión expresó: “Por supuesto que a Cuba se le ha dejado poca o ninguna independencia con la Enmienda Platt y lo único indicado ahora es la anexión (…) Es bien evidente que está absolutamente en nuestras manos (…) Con el control, que sin duda pronto se convertirá en posesión, en breve prácticamente controlaremos el comercio de azúcar en el mundo (…) La Isla se norteamericanizará gradualmente y a su debido tiempo contaremos con una de las más ricas y deseables posesiones que haya en el mundo”.
Sin embargo, en la carta a Roosevelt no se puede ocultar la postergación de los planes de anexarse de forma inmediata a la ínsula a pesar de contar con la entusiasta colaboración de sectores pro imperialistas dentro de los cubanos encabezados por el primer presidente Don Tomás Estrada Palma.
Esa proyección de apoderarse de Cuba estaba ya concebida en la conocida teoría de la fruta madura promulgada en 1823 por los fundadores del territorio norteño, que se basaba en la espera de que la antilla Mayor se desgajara de su antigua metrópoli para que inexorablemente fuera a caer en poder de EE.UU.
Y parecía que para 1898 se cumplirían esos sueños gracias a la intervención de La Unión en la guerra cuando prácticamente España estaba al borde la derrota, pero tuvieron que posponerse ante la imposibilidad de desvirtuar 30 años de lucha armada del pueblo cubano y de su Ejército Libertador que, a pesar de encontrarse en duras condiciones después de la contienda sin apoyo, era una fuerza temible.
No obstante las divisiones internas fomentadas por los interventores y traidores a su servicio, se mantenía en amplios sectores del pueblo una conciencia independentista irreversible pese a la propia caída en combate de Martí y Maceo, de claros ideales antimperialistas.
De esa forma, el 20 de mayo de 1902 se abrió una etapa superior en la lucha emancipadora del pueblo cubano que tendría como meta la conclusión de la obra de independencia nacional que fue concebida por José Martí y retomada por las nuevas generaciones de revolucionarios en el siglo XX.