La Enmienda Platt entre las primeras lecciones aprendidas

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ACN - Cuba
Martha Gomez Ferrals | Foto: Archivo
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10 Junio 2024

La Enmienda Platt, engendro impuesto por Estados Unidos a la primera Constitución republicana cubana, fue aprobada el 12 de junio de 1901, después de haber frustrado con una intervención militar los sueños de independencia de los patriotas isleños, y constata en la historia de manera clara las verdaderas intenciones de la potencia norteña, donde se esperaba con alguna paciencia y muchas artimañas que la “fruta madura” cayera en sus manos.

   El uso puntual de la fuerza a propósito de la voladura en febrero de 1898 del acorazado Maine en el puerto de La Habana, y el despliegue de la llamada  Guerra Hispano Cubano Norteamericana, entre otros nombres, fueron operaciones quirúrgicas llevadas a cabo con oportunidad y precisión para al fin alcanzar uno de sus proclamados objetivos en el área continental. Recuerden el pensamiento mesiánico de “América para los americanos”, con el sentido dado por próceres de La Unión.

   España resultó derrotada de manera arrasadora en suelo antillano, tras un cerco naval impuesto a Cuba por Estados Unidos. Los mambises vieron con dolor que la victoria a punto de conseguir se escapaba de sus manos y sufrieron la humillación de ver hollar su suelo por tropas extranjeras, las cuales les negaron derechos y poder de decisión en todo lo que se habían ganado con honor y coraje, tras luchar por 30 años.

   El fin del colonialismo hispano, derivado oficialmente de la infamia del Tratado de París, que excluyó en su cita y acuerdos a la beligerancia patriótica cubana,  no marcó en cambio el término de la intervención estadounidense.

  Se usaron la injerencia y la fuerza, a pesar de que el presidente William McKinley había rubricado una Resolución Conjunta el 20 de abril de 1898, en la cual declaraba: “…que el pueblo de la isla de Cuba es y de derecho debe ser libre e independiente”. Aquello no fue una acción solidaria  de buena vecindad ni de lejos ni de cerca.

    Leonard Wood, gobernador militar y Mayor General del Ejército, en 1900 dictó la Orden que decretó elecciones para crear la Asamblea Constituyente que entraría en funciones ese año y redactaría la Carta Magna.

   Cuando, por guardar cierta forma, en la instauración de la Constituyente  Wood solicita a los cubanos su parecer en torno a las relaciones que deseaban sostener con EE.UU., estaba cumpliendo una conducta amañada que no lograba convencer a nadie, solo a los que estaban de su lado, en un terreno en que muchos libertadores de esta tierra y el pueblo hervían de indignación y coraje.

   Luego de esa artimaña, y escrita la Constitución, se dio paso al momento de definir las relaciones políticas bilaterales, para lo cual se creó una comisión que trabajaría en ello en febrero de 1901.

   Bajo las ventajas obtenidas a partir de la ocupación, su formidable desarrollo industrial y militar, las cosas entre los constituyentes y los interventores llevaron fatalmente a la creación e imposición de la Enmienda Platt, suerte de sanción aparentemente civilista de lo que en realidad era un ultraje y cercenamiento de la soberanía cubana.

   A consumar esta afrenta a la dignidad nacional no se llegó sin batallar, hay que reconocerlo, a pesar de la desmesurada diferencia entre contendientes. Hubo protestas, desacuerdos de muchos destacados patriotas, discusiones acaloradas, valientes disposiciones en contra, envío de una comisión a Estados Unidos.

   El General mambí Manuel Sanguily, destacado y brillante intelectual cubano, y el insigne Juan Gualberto Gómez, hombre de confianza del Apóstol en la organización de la Guerra del 95, estuvieron entre los más empeñados en hacer reconocer los derechos y la dignidad de un pueblo y una causa revolucionaria ultrajada por la ocupación militar foránea.

   Nadie que se sintiera patriota podría admitir unas relaciones que plasmaban como lo hizo la Enmienda Platt, el derecho de Estados Unidos a adquirir título, y conservarlo, de terrenos para estaciones navales y mantener estas en ciertos puntos específicos.

     De plano y sin ambages se conminó a los cubanos de la Asamblea Constituyente a aprobarla en su totalidad sin ninguna aclaración o cambio. Era así, o nada. Ni Constitución ni República, tan brutal como eso.

    Quienes votaron a favor de la Enmienda aquel sombrío 12 de junio de 1901, en sesión secreta de la Asamblea Constituyente, lo hicieron en calidad de apéndice a la Constitución de la República, aprobada el 21 de febrero.

   El jefe interventor destacado en La Habana, Leonard Wood, en carta confidencial a Theodore Roosevelt consignaba en ese año:

   “Por supuesto que a Cuba se le ha dejado poca o ninguna independencia con la Enmienda Platt y lo único indicado ahora es buscar la anexión (…) Con el control que sin duda pronto se convertirá en posesión, en breve prácticamente controlaremos el comercio de azúcar en el mundo. La Isla se americanizará gradualmente y, a su debido tiempo, contaremos con una de las más ricas y deseables posesiones que haya en el mundo…”

   En 1934 fue abolido el apéndice de la Constitución, por razones que convenían entonces a la política de la potencia y nada más. Cuba había sido estremecida  por una fuerte oleada revolucionaria, sentida con gran fuerza en toda la nación.

   Incluso hoy, cuando los cubanos sacudieron el yugo y fueron libres a partir de 1959, hay consecuencias de la vergonzosa Enmienda Platt. El territorio ilegalmente ocupado por la base naval en Guantánamo, no ha sido devuelto y es uno de los puntos que plantea Cuba para la normalización de las relaciones con Washington.

   Esa zona, en un acto de fuerza y prepotencia,  ha sido utilizada para fines execrables en los últimos tiempos a los ojos del orbe, como la instalación de cárceles y la tortura de reos que han permanecido por años en un limbo jurídico. De modo que los reclamos de este país heroico y con todos los derechos, siguen marcando nuestra voluntad política.