La explosión del Maine en la hora de la fruta madura

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ACN - Cuba
Marta Gómez Ferrals
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15 Febrero 2025

  Al volver los ojos a  la historia, hay un hecho que marca el comienzo de la injerencia en Cuba, expresado en la explosión en el puerto de La Habana del acorazado estadounidense Maine, a las 9:40 de la noche del martes 15 de febrero de 1898.

   La onda expansiva y la deflagración cegaron la vida de manera inmediata de más de 250 jóvenes soldados de Estados Unidos, ajenos a que sus muertes facilitarían una acción de guerra.

   Sus sacrificios dieron paso a lo que se convertiría en una política de uso recurrente por los gobernantes de la emergente potencia mundial.

   Desde entonces se llevarían a cabo estudios generadores de torrentes de versiones para esclarecer las causas del hecho, algunos con las intenciones de hallar la justa verdad y otros con enfoques manipuladores.

   Pero aquellos que analicen con objetividad los antecedentes reales y las consecuencias políticas derivadas del estallido de la nave, no pueden ignorar los fines intervencionistas y neocolonialistas usados en nombre de ese hecho, que enlutó a familias estadounidenses y llevó a un pueblo valiente y heroico a un destino inmerecido.

  ¿A quién cayó del cielo el sorpresivo estallido del Maine? Es una pregunta ineludible al examinar a la distancia de 127 años aquel evento. Y más cuando los acontecimientos desatados desnudan ciertas respuestas y había declaraciones e intenciones inequívocas antes expresadas por dirigentes de ese país que conducían al dolor y no a lo accidental.

   El  “Maine” atracó en la rada habanera el 25 de enero de 1898, con el pretexto de efectuar una “visita amistosa”, poco creíble desde entonces dada la  animadversión existente entre EE.UU. y España.

   Los anales reflejan que era el mayor buque de guerra que jamás hubiera entrado al puerto habanero, aunque ya no fuera entonces de primera línea en la flota militar de su país. Componían su tripulación 26 oficiales y 328 alistados, de los cuales murieron inmediatamente 254, entre ellos había numerosos emigrantes. Lo comandaba el capitán de navío Charles Dwight Sigsbee.

   Luego de ocurrir la explosión, la prensa sensacionalista estadounidense se desbocó en una campaña que responsabilizaba a España y a los cubanos inmersos en la última contienda independentista (1895-1898) como provocadores de la tragedia.

   Pretendieron culpar a los insurgentes, quienes estaban entregados de lleno a la liberación total de su territorio, a pesar de algunas corrientes anexionistas. Desde entonces los combatientes revolucionarios cubanos no usaban métodos terroristas en sus acciones, principio que rige hasta hoy.

   Los infundios, las mentiras y la manipulación ya estaban entronizados en la política del vecino norteño, tal y como hoy día, y actuaron como bumerán activado por sus elitistas círculos.

   Así, en aquel lejano 1898, desde la cúpula gubernamental de Washington crecieron las demandas y presiones sobre el Ejecutivo para que interviniera militarmente en Cuba. Era la hora de la “fruta madura”, y de empezar a aplicar la Doctrina Monroe: América para los americanos.

   Coincidiendo en tiempo y espacio con el hecho se manejaron también dos explicaciones sensatas como motivos del estallido: la teoría del accidente y la de un acto premeditado.

   Una comisión excluyente con la única gestión de Estados Unidos, que nunca permitió el acercamiento de peritos hispanos al área del desastre, estableció que la total destrucción del navío fue resultado de dos explosiones. La más pequeña, causada desde el exterior, provocó la enorme deflagración interior, según el veredicto de la entidad.

   Las premoniciones del Héroe Nacional José Martí acerca de las intenciones de la nación norteña iban a cumplirse de todas todas, bajo el imperio de la fuerza.

   Y la intervención e  invasión a un país casi a punto de ser libre por su propio esfuerzo frustraron de manera  casi quirúrgica con la llamada guerra hispano americana, los sueños libertarios de un pueblo que había luchado bravamente  por ellos y con éxito en los campos de batalla.

   Buscando un hilo conductor en los antecedentes, no se pueden obviar señales en las raíces del acontecimiento de marras en el puerto habanero. Y estas apuntan a entronizar la conclusión de que la tragedia del “Maine”, fue, en fin, provocada con alevosía y usada como pretexto de una posterior intervención.

   En 1898 para Estados Unidos había llegado, respecto a Cuba e incluso a toda América Latina, la hora de la recogida de frutos maduros, algo que formaba parte de aspiraciones muy tempranas, puestas en la mente de uno de sus padres fundadores, Thomas Jefferson y en el Destino Manifiesto, en los albores del siglo XIX.

    Ya le habían arrebatado a México en 1848 la mitad de sus dominios y en el inicio de la fase imperial finisecular sintieron reverdecer sus laureles. Con la operación militar en Cuba iban por más muy en serio.