“Solo en circunstancias excepcionales se conoce que esos hombres existen y se preparan en silencio para los momentos críticos”
Fidel Castro Ruz
La alarma interrumpe la tranquilidad aparente de la noche. En cuestión de segundos los integrantes del Destacamento Especial de Salvamento y Rescate saltan de sus literas para acudir al llamado. Los preparativos son una rutina de movimientos instintivos para ahorrar tiempo. Bien saben que en cuestiones de vida o muerte cada milésima cuenta.
A la distancia de algo más de 10 kilómetros al sureste, el sueño del Mayor Yoslan Rafael Fernández Pérez y su familia es interrumpido por la estática de la radio. En el ir y venir de corre-corre su hijo se le acerca y le dispara:
- ¿Papá, adónde vas? ¡No te vayas!
Su espíritu, templado de tantas veces mirarle la cara al peligro y enfrentarlo, recibe estas palabras como un golpe potencial de knock out.
Aunque la dureza del momento se compara con pocas cosas, el sentido de la urgencia de un desconocido y el impulso de no escatimar esfuerzos a la hora de salvar lo empujan en el traslado hasta el lugar del siniestro.
Como esta, muchas de las páginas de heroísmo y desprendimiento cotidiano escritas por los rescatistas cubanos. Historias que gravitan en múltiples ocasiones en el anonimato, tal y como lo prefieren sus protagonistas.
El valor y las cámaras: una relación mal llevada
-Periodistas, a mí no me gusta eso de las entrevistas.
Esa fue la coletilla más repetida en el Comando 15 cuando grabadora y cámara en mano insistimos en hurgar en vivencias y motivaciones. Contrario al alboroto que les antecede a su llegada a los lugares, ellos prefieren concentrarse en su trabajo en silencio y alejados de todos los focos.
Resulta hasta irónico ver a estos seres excepcionales, cuyo día a día consiste en adentrarse en escenarios donde la mayoría retrocederá, ahora intimidados por un micrófono y una lente, como si el riesgo de aquello fuera mayor que el montón de escombros de un derrumbe o del mar encrespado.
Quizá, el hecho de no tener por medio una vida en juego les permite cierto margen para aflorar el temor sin que este les penalice. Ya en la complicidad de la charla, hablan con naturalidad del miedo como ese paso a superar para cumplir con éxito la misión.
Aseguran que en esa batalla, la disposición de salvar a quien requiere auxilio y la confianza en el compañero que tienen al lado es lo principal para salir airosos.
El mayor Yoslan confiesa sentirse honrado al dirigir a su equipo, integrado en gran parte por jóvenes menores de 30 años, hacia los sitios de mayor complejidad.
Aunque los conoces y sabes de sobra su capacidad y preparación para afrontar las más difíciles circunstancias siempre existe ese sobresalto y preocupación por lo que pudiera ocurrirle a cualquiera de ellos, aclara.
A Daniel Silot Delgado y Ángel Adonis Céspedes, de 27 y 24 años, respectivamente, el oficio de bombero les interesó desde edades tempranas y llegaron a él por distintas vías.
En el caso de Daniel alternó durante algún tiempo esa vida con la pasión por la música como instrumentista en un grupo de mariachis, hasta que decidió dejarlo para dedicarse por completo al servicio. Por su parte, Ángel no se concibe haciendo otra cosa.
Conmueve en particular al momento de una salida como Daniel inicia una videollamada con su pareja para mostrar a su hijastro los preparativos, el camión y las sirenas. Relata que cuando algún familiar o amigo pregunta al pequeño qué quiere ser de grande este contesta sin dudar: ¡Bombero!
Aunque aún esperan por cumplir su primera misión, la técnica canina Tania Espinoza y su perro labrador Eikon, de dos años, entrenan a diario para la búsqueda de víctimas, escenario para el cual el can está especializado y olfatea, señala y marca la posición de la persona.
El vínculo entre nosotros es bastante estrecho aunque toca estudiarlo a diario en base a su comportamiento para saber cuáles conductas corregir y cuáles recompensar, eso sí, es loco desde el día que me lo dieron, con mucha energía, agrega.
Experiencia y juventud, una mezcla prodigiosa
Y si de veteranía se habla imposible obviar a Reinaldo Suárez López, conocido como El Pata, y Oscar Antonio Mercaderes. Reubicados en otras funciones logísticas confiesan que aún sienten ese salto de adrenalina en el estómago cuando suena la campana, se mantienen al tanto de lo que acontece y siempre que pueden acuden al punto a brindar todo el apoyo posible. Cumplen ahora su rol de transmitir esas enseñanzas a la nueva generación encargada de tomar el relevo.
Coinciden en la importancia de la familia que se deja en casa, pues al pasar tanto tiempo en la unidad es difícil encontrar a alguien que sepa lidiar con la profesión y el compromiso con lo que hacen, así como la preocupación de padres, hermanos, hijos y demás allegados a la cual no siempre se puede responder en el transcurso de la misión.
Tras juntar las muletas, El Pata apoya sobre ellas lo que queda de su pierna derecha mientras cuenta cómo la perdió, la causa de su mote. Rememora que entró a los bomberos a través de su afición por el buceo y la espeleología.
Así¬, a sus veintitantos años, en el intento de extinguir un incendio en un polvorín, una de las municiones de morteros que había desparramada en el lugar le reventó cerca, a causa del calor, destrozándose en el acto el pie. Gracias a la rápida acción de sus compañeros al prestar los primeros auxilios pudo salvar su vida.
A pesar de un suceso de ese tipo, capaz de truncar las aspiraciones y sueños de cualquiera, El Pata no ha dejado de hacer lo que le apasiona, especialmente el buceo, especialidad en la que es profesor de la Escuela Nacional de Bomberos.
Su fuerza de voluntad, de seguro su principal impulsora, y el rápido andar apoyado en las muletas lo distinguen al punto de captar las redes con imágenes suyas que se difundieron en los días aciagos de las labores de rescate en el Hotel Saratoga.
Reconoce el impacto que causa la inusual imagen de encontrar un compañero de profesión sin una extremidad pero insiste en que lo que él hace no es nada excepcional y, por el contrario, rehúye de cualquier intento de otorgarle la transcendencia que considera no merecer.
Yo he hecho de todo en la vida, me desenvuelvo en muchas cosas, pero esto es lo que me gusta y es donde me siento bien, refiere antes de soltarle de jarana al jefe que se la pagará por la "encerrona".
El recuerdo de los caídos
Al preguntarles por el momento más duro en la profesión invariablemente todos los entrevistados se remiten al mismo recuerdo. Aseguran que cuando hay pérdidas de vidas siempre es doloroso pero aún más cuando el caído es uno de ellos.
Por desgracia existen dos heridas demasiado recientes como para cicatrizar. Una, el incendio en la Base de Supertanqueros de Matanzas y la segunda, el derrumbe en Lamparilla 368, donde les tocó llorar la partida de dos compañeros: la primer teniente Yoandra Suárez López, de 40 años y única mujer en el país que desarrollaba esta difícil labor, y el combatiente Luis Alejandro Llerena Martínez, de 23.
En su memoria, inauguraron un sitial para inmortalizar a los tres mártires del Destacamento, los cuales viven no solo en las fotografías y objetos personales allá expuestos sino también en el sentir del colectivo que revisten sus nombres y el propósito para continuar la labor humanitaria, encargo que han extendido más allá de las fronteras cubanas al cumplir misiones internacionalistas en Ecuador y Dominica.
Sin dejar de reconocer el desasosiego al despedir a un amigo, casi al nivel de un familiar después de tanto tiempo juntos, encuentran en ellos y en su sacrificio inspiración para seguir arriesgándose, con el objetivo final de salvar vidas y honrarlos con sus acciones futuras.
Confían en que de una forma u otra su presencia les acompañará a las puertas del próximo siniestro, cuando desde el camión pronuncien el lema que marca una voluntad férrea: ¡Todos entran, todos salen!