La vindicación de Juan Manuel Márquez

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ACN - Cuba
Jorge Wejebe Cobo
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15 Diciembre 2024

   El 15 de diciembre de 1956, soldados de la dictadura de Fulgencio Batista encargados de liquidar a los expedicionarios del Yate Granma  asesinaron a Juan Manuel Márquez, segundo jefe del contingente, después de largas torturas que no quebraron su integridad revolucionaria.

   Lo ametrallaron  en un intrincado lugar del actual municipio granmense de Campechuela, a pocas horas de ser hecho prisionero mientras deambulaba extraviado, aislado y en pésimas condiciones físicas.

   Ese día, los sicarios uniformados que celebraron aquella muerte no se imaginaron que el régimen entraba en cuenta regresiva desde el día 18 en otro paraje casi desconocido de la Sierra Maestra nombrado Cinco Palmas, donde se encontrarían sobrevivientes del desembarco con el Comandante en Jefe Fidel Castro,  quien al pasar revista a los pocos fusiles salvados diría : “Cinco, más dos que tengo yo, siete. ¡Ahora sí ganamos la guerra!”.

   Juan Manuel Márquez contaba con 41 años de edad y una extensa trayectoria revolucionaria desde su adolescencia, al ser miembro del Ala Izquierda Estudiantil contra la dictadura de Gerardo Machado. Con 17 años fue detenido y enviado al   Presidio de Isla de Pinos  para convertirse en el preso político más joven.

   A la salida de su primer encarcelamiento, luego de la caída del régimen machadista, fue opositor  del coronel Batista, en ese entonces jefe del ejército, y de los gobiernos entreguistas que se sucedieron en esa etapa histórica que denunció en su labor periodística en varios órganos de prensa de la época.

   En uno de sus artículos escribió: “No abandonaremos nuestra pluma mientras no obtengamos la realización del programa revolucionario que nos impusimos al principio de la lucha, a no ser que la esterilidad de la misma nos demuestre la necesidad de medios de acción más radicales”.

   Sus ideales lo llevaron en 1936 a que fuera condenado a 8 años nuevamente en el Presidio de  Isla de Pinos, donde permaneció 20 meses  y resultó liberado gracias a una ley de amnistía.

   Esa segunda estancia en prisión, lejos de quebrar su espíritu, lo llevó  a integrar el Partido Ortodoxo en el cual emergió como una joven promesa de ese movimiento en la política nacional, mientras que se destacó por la vibrante oratoria  con que denunció y se opuso a Batista después de su golpe de Estado del 10 de marzo de 1952.

   Fue detenido y fichado cuando los ataques a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, en Santiago de Cuba y Bayamo, respectivamente, el 26 de julio de 1953, dirigidos por Fidel y aunque no participó en esas acciones  su casa fue registrada en varias ocasiones.

   Desde entonces era vigilado de cerca por los órganos represivos y en junio de 1955 lo apresaron, le propinaron una tremenda paliza y tuvo que ser   ingresado en un hospital, pero lejos de amilanarlo lo llevaron a radicalizar su ideario al proclamar que eran lícitos todos los métodos de lucha contra la dictadura, incluyendo la línea insurreccional.

   Tuvo en sus ideales  una coincidencia plena con el Programa del Moncada, sustentado por su líder. Una vez  liberado junto a sus compañeros por  una  amnistía impuesta al régimen por presión popular,  Fidel Castro  lo visitó durante su recuperación y lo incorporó al movimiento.

   Poco después partió a EE.UU. para cumplir tareas de propaganda y apoyo a la organización entre la emigración, y en 1956 se trasladó a México para sumarse a los preparativos del Granma, como segundo jefe de la expedición, nombrado por el Comandante en Jefe.

   Muchos años después diría Fidel sobre su compañero caído: “Era un muchacho muy bueno, era del partido Ortodoxo, de las figuras jóvenes, un orador brillante, y como cuando nosotros salimos de las prisiones teníamos la idea de ampliar el movimiento con nuevas figuras, reunimos a los que habíamos estado en el 26 de Julio con algunas otras organizaciones —así algunos compañeros se unieron en ese equipo—, y para nosotros era muy importante contar con una figura joven, del prestigio de Juan Manuel. Entonces, hablamos con él, lo captamos, y lo ganamos, pero de una manera decidida”.

   Juan Manuel Márquez representó los más puros principios  mantenidos por la generación que protagonizó la Revolución del 33, frustrada por la intervención imperialista y sus aliados internos. Pero su muerte en aquel lejano paraje de la serranía  no fue en vano y sería vindicado  por la Generación del Centenario, que retomó sus banderas y derrotaría el sistema neocolonial  proimperialista  para siempre con la victoria de enero de 1959.