Los patriotas camagüeyanos estaban comprometidos con el movimiento iniciado por Carlos Manuel de Céspedes en Oriente, pero para el alzamiento del 10 de octubre de 1868 todavía prevalecían dudas e indecisiones en algunos ricos hacendados sobre la mejor fecha para iniciar la Revolución, en espera de contar con mayores recursos bélicos y financieros, sin que faltaran otros que dudaban acerca del éxito de la guerra y eran proclives a la vía reformista.
Sin embargo, la firmeza de los líderes revolucionarios y el azar de la insurrección impondrían el levantamiento del Camagüey el 4 de noviembre de 1868 en el paso del río Las Clavellinas, a 13 kilómetros de la ciudad de Puerto Príncipe, donde alrededor de 76 camagüeyanos se pronunciaron por la independencia, al igual que lo hicieron en otros lugares los hermanos Augusto y Napoleón Arango, quienes tomaron los caseríos de San Miguel de Nuevitas y Bagá y del poblado de Guáimaro.
En Las Clavellinas, Jerónimo Boza Agramonte, quien asumió como jefe de 93 patriotas, abrió los pliegos que contenían las instrucciones del alzamiento, y la gesta independentista que comenzó Carlos Manuel Céspedes en Demajagua integró así a orientales y camagüeyanos.
Poco antes Salvador Cisneros Betancourt, uno de los principales líderes del Comité Revolucionario de esa región, dio la orden de alzamiento al conocer sobre el arribo inminente de un barco por el puerto de Nuevitas, cargado de armas para el ejército colonial de operaciones en la zona oriental, lo cual impuso la incorporación inmediata del Camagüey para impedir la llegada de los pertrechos a los hispanos.
Ignacio Agramonte, entonces recién casado con Amalia Simoni, no estuvo en Las Clavellinas porque se encontraba realizando tareas conspirativas en la ciudad, pero el 11 de noviembre se alzó en el ingenio El Oriente, cerca de Sibanicú, y de inmediato se dedicó a formar y entrenar a su disciplinada caballería e infantería, que se harían legendarias con su jefe al frente.
Recoge la historia que asistió a la cita con la Patria ese 11 de noviembre vestido con una camisa roja de rayas, uno de los primeros regalos de su esposa Amalia, quien lo acompañaría a la manigua hasta que fuera detenida por los españoles y deportada.
En medio de esos primeros esfuerzos, Ignacio emergería como un factor fundamental de unidad y radicalismo cuando el 26 de noviembre, en la reunión del Paradero de las Minas, contrarrestó la idea de terminar con el levantamiento y exigió que acabaran “…de una vez los cabildeos, las demandas que humillan, Cuba no tiene otro camino que conquistar su redención, arrancándosela a España con la fuerza de las armas”.
Tras ese acontecimiento, los patriotas camagüeyanos tuvieron su bautismo de fuego el 28 de noviembre frente a las tropas de Blas Villate, Conde de Valmaseda, quien con 800 hombres de las tres armas avanzó por la línea férrea hacia Nuevitas y se enfrentó a una emboscada mambisa, ante lo cual el oficial hispano no tuvo otra salida que retirarse.
El alzamiento del Camagüey obligó al mando peninsular a redefinir su estrategia dirigida a sofocar la insurrección en la zona oriental, contando con el resto de la Isla como retaguardia proveedora de los recursos económicos necesarios provenientes principalmente de la industria azucarera, lo que cambiaría cuando la llama inextinguible de la contienda se inició en la región de Puerto Príncipe e inevitablemente se extendió hacia el centro.
Los patriotas camagüeyanos no demoraron en destacarse por su gran capacidad militar y radicalismo político, encabezados por el Mayor General Ignacio Agramonte, quien sería fundamental para la consolidación de la primera gesta libertaria emprendida el 10 de octubre de 1868, con que comenzaron los Cien Años de Lucha del pueblo cubano para alcanzar su verdadera independencia.