Los XVII Juegos Olímpicos de Roma, Italia, celebrados del 25 de agosto al 11 de septiembre de 1960, marcan el debut del deporte revolucionario de Cuba con el espíritu del padre de las Olimpiadas, el Barón de Coubertin, quien desde el comienzo expresó que lo más importante no es ganar, sino competir.
Luego del triunfo del primero de enero de 1959, los deportistas de la mayor de las Antillas asisten a la ciudad italiana con una delegación integrada por tres representantes del atletismo, uno de boxeo, otro de esgrima, dos de gimnástica, otro de pesas y uno de lucha libre.
Entre los primeros objetivos de la Revolución estuvo desarrollar el potencial deportivo del país, mas el tiempo no fue suficiente para borrar las huellas de una dictadura que mantuvo oprimida a Cuba por varios años.
Después de los resultados en los Juegos Panamericanos de Chicago 59, donde los cubanos lograron dos medallas de oro, cuatro de plata e igual cantidad de bronce, todos harían su mayor esfuerzo, pero con pocas posibilidades reales para el certamen multideportivo de más alto rango a nivel mundial.
El velocista Enrique Figuerola sobresalió por su meritorio cuarto lugar en los 100 metros planos, superando al estadounidense Ray Norton, quien lo había vencido un año antes en la cita continental de Chicago.
Los restantes quedaron en el camino hacia las finales, muchos de ellos eliminados en sus primeras presentaciones.
En esta oportunidad los descendientes de Charles de Cárdenas, yatista que mereció junto a su hijo la medalla de plata en la modalidad de estrella en los Juegos Olímpicos de Londres 1948, tuvieron que conformarse con el decimotercer puesto. (Carlos González Rego, ACN)