Se aclamaron rotundamente hace 63 años y el pueblo cubano sostiene hoy la condición de irrenunciables y actuales a los principios enarbolados en la Segunda Declaración de La Habana, escuchados por más de un millón de compatriotas reunidos el 4 de febrero de 1962 en la Plaza de la Revolución José Martí, en la voz del Comandante en Jefe Fidel Castro.
En ese día se afincó aún más en el suelo patrio una bandera de combate que todavía flamea en defensa de la libertad y soberanía de la nación cubana, una entidad unida y solidaria regida por ideales de paz, unidad, desarrollo y justicia social.
Principios tan fuertes que han generado acciones viles de terrorismo, sabotaje, ataques mercenarios, crímenes y otras agresiones en las cuales han perdido la vida más de tres mil hermanos.
Y la decisión de lucha y seguir defendiendo el proyecto social elegido por la mayoría se multiplica en la hora draconiana en que el nuevo inquilino de la Casa Blanca, en intervenciones desde el pasado 20 de enero, restableció dictámenes injustos contra el pueblo cubano, desconociendo la verdad y la justicia e ignorando el clamor del mundo.
Volviendo a aquella fecha de 1962, el Líder de la Revolución convocó a ese acto patriótico devenido enardecida movilización popular, dándole el nombre de Asamblea General Nacional con el objetivo de responder en la forma correspondiente a las últimas agresiones e injerencias imperiales contra Cuba, dentro del escenario latinoamericano.
Unidos en un haz los presentes aprobaron de manera unánime a ojos vista, el documento, que precisaba la voluntad inquebrantable del pueblo y Gobierno Revolucionario de construir el socialismo, como se decidiera tras acontecimientos relevantes, y de defender la soberanía del país.
Esa vez se rebatía públicamente a una conjura organizada por Estados Unidos, realizada días antes en Punta del Este, Uruguay, como parte del proyecto de la VIII Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores, concitada por el Consejo Permanente de la OEA.
Los enemigos, expertos en el engaño y la manipulación de las verdades, con la deshonestidad acostumbrada lograron concretar en ese evento ardides dirigidos a promover más sanciones económicas y políticas contra la joven Revolución de la que EE.UU. temía, sobre todo, la fuerza de su ejemplo.
La nación cubana había asistido a ese cónclave en calidad de miembro todavía de la Organización de Estados Americanos (OEA), representada por el presidente, Osvaldo Dorticós; y Raúl Roa, bautizado después como el Canciller de la Dignidad por colegas del continente que admiraron su vertical y valiente defensa de la Revolución en los foros diplomáticos y especialmente en la ONU.
Por entonces dirigía la Casa Blanca el presidente John F. Kennedy, quien trazó las directrices de un complot distribuidor de dinero del tesoro público de su nación como premio a la vileza y la traición de desprestigiados gobernantes de algunos estados del área.
Presionaron con métodos extorsionistas y contrarios a toda ética para hacer cumplir su orden injerencista y hegemónica, a fin de aislar a la Isla, condenarla, para llevarla a una situación económica y social insostenible, luego de que las agresiones mercenarias y de las bandas de la contrarrevolución interna y el terrorismo demostraron poca eficacia y grandes descalabros para ellos.
Ya se presentían las nubes oscuras y vientos que terminarían por convertirse muy pronto, desde principios de abril, en el bloqueo económico, financiero y comercial a punto de nacer también en aquel 1962, el mecanismo de asfixia al pueblo cubano todavía vigente y fortalecido despiadadamente por Donald Trump.
Por entonces usaron, igual que hacen hoy, amenazas, compras de conciencia y chantajes con los más débiles y dependientes, actos típicos de su prontuario en la región y en el mundo, para aislar a la mayor de las Antillas en el campo diplomático.
Tenían el fin de impulsar el proceso del cierre total del comercio con Cuba y especialmente la expulsión del Tratado Interamericano de Defensa Recíproca (Tiar), bajo el argumento del vínculo de la ínsula caribeña con potencias ajenas al entorno geográfico, y de sistemas políticos basados en el marxismo-leninismo, proscrito como al diablo.
Tácitamente estaba en marcha la estrategia, cumplida luego, de expulsar a Cuba de la OEA, organismo donde siempre la potencia imperial ha decidido qué hacer y decir con la mayor impudicia e irrespeto a la dignidad de los pueblos.
Fidel Castro reconoció que, aunque hubo gobiernos resistidos a cumplir los pedidos imperiales, Washington presionó como bien sabe, mediante conciliábulos y amenazas, y al fin se aprobaron cuatro resoluciones contra Cuba, de las nueve allí firmadas.
La Segunda Declaración de La Habana descuella como acción libre, en una tierra digna y soberana, pues quienes la concibieron pusieron en su lugar el acto de cobardía y traición de algunos de los jefes de gobierno allí representados.
El documento invocó al Héroe Nacional José Martí cuando escribió, en la carta a Manuel Mercado, considerada su Testamento Político, que seguiría luchando como siempre lo hizo hasta el día de su muerte, para evitar con la independencia de su Patria que Estados Unidos cayera con esa fuerza más sobre los pueblos de América.
Denunció con claridad meridiana los peligros de que no solo Cuba sino la Patria Grande siguiera dependiendo de los designios del imperio del norte. Se vuelve a señalar el verdadero enemigo de los territorios del área, solo interesado en saquearlos y despojarlos de sus riquezas.
Y el documento cubano fustigó, además, la sistemática injerencia del gobierno estadounidense en la política interna de los países de Nuestra América, algo probado por la historia y que llega y se mantiene en días de hoy.
La gloriosa jornada del 4 de febrero continuó marcando de manera muy contundente el camino iniciado por la valiente y vertical diplomacia revolucionaria, en la que tan distinguido fue no solo el Jefe de Estado cubano sino también su Canciller de la Dignidad, Raúl Roa García.
Es el camino irrenunciable, como ya dijimos, apegado a la verdad, a los derechos y a la historia de un pueblo heroico que anhela construir el hermoso proyecto de justicia social, paz, solidaridad y también de progreso, que concibieron sus padres fundadores.