Con sus calles de piedras y palacetes convertidos en fieles guardianes de su patrimonio más preciado, con su artesanía que cautiva más allá de las fronteras de Cuba y con su cultura mestiza, difícilmente pueda encontrarse alguien que se resista a los encantos de Trinidad, ciudad museo del Caribe donde la defensa y preservación de la identidad son una constante.
Asentado en la porción sur de la actual provincia Sancti Spíritus, el hoy municipio trinitario fue en el siglo XIX, sobre todo, una de las regiones más importantes de la Isla, gracias al incremento de las áreas destinadas a la caña y a sus ingenios movidos por mano de obra esclava, todo lo cual hizo del Valle de los Ingenios un emporio azucarero y de la otrora villa, una de las zonas más prósperas.
A sus sitios arqueológicos y al valle Patrimonio de la Humanidad, a sus plazas y plazuelas, a sus ritmos afrocubanos, a su trova y a sus deshilados se suman el amor de sus hijos por los valores más autóctonos y una voluntad gubernamental que a lo largo del proceso revolucionario han impulsado múltiples iniciativas para fomentar ese sentimiento desde edades tempranas.
GUARDIANES DE LA IDENTIDAD
Tras medio siglo de su apertura en el palacio que perteneció al acaudalado Mariano Borrell, el Museo Romántico de Trinidad se ha convertido en una de las instituciones que sobresalen por su gestión coherente e integrada a la sociedad y por la valiosa colección de vajillas, muebles, porcelanas y cristales que atesora.
La también conocida como Casa Conde Brunet fue la primera instalación de su tipo inaugurada en la localidad, en mayo de 1974, y su permanente preocupación por el desarrollo de la cultura la ha afianzado como referente.
De acuerdo con sus especialistas, en una urbe como ésta, con rico patrimonio que continúa acaparando las miradas de visitantes y expertos, el hecho de que muchos sientan la necesidad de acercarse a espacios como el museo tiene que ver con el sentir del trinitario, con ese amor por la tradición que se ha extendido de una generación a otra y con los programas que abarcan múltiples miradas.
Para preservar la memoria material e inmaterial que es, además, expresión de la historia nacional, desde febrero de 1997 abrió sus puertas la Oficina del Conservador de la Ciudad y el Valle de los Ingenios, sitio donde el sentido de pertenencia y su compromiso con la localidad han permitido establecer alianzas, impulsar disímiles proyectos y rescatar espacios, aun en medio de los escenarios más complejos.
Considerar al trinitario y a sus saberes acumulados como actores esenciales del proceso de restauración y conservación ha sido, quizás, uno de los aportes de este centro que enorgullece a los lugareños.
Quienes allí acuden en busca de información o asesoría, quienes se nutren de la experiencia de su colectivo para resanar paredes o restaurar pinturas murales, quienes contemplan con orgullo su labor en inmuebles como la propia Casa Frías, su nueva sede, reconocen sus desvelos en pos de un legado antiquísimo.
ALFARERÍA, CULINARIA, ARTESANÍA
Desde hace seis generaciones, la familia Santander constituye orgullo para los habitantes de esta tierra y es que sus piezas de barro, cuidadosamente decoradas con motivos de la ciudad y de Cuba toda, representan una de sus expresiones más emblemáticas.
Creo que si se hubiese dejado morir esta manifestación hubiera sido muy doloroso para nosotros y para el pueblo, confesó a la Agencia Cubana de Noticias Azariel Santander al tiempo que con sus manos le da forma a una vasija, ya Trinidad sin esto no es la misma y aunque tengo 82 años, si tengo fuerzas, voy a estar aquí sentado.
Muy cerca de su abuelo, José Carlos Santander sigue de cerca el proceso creativo mientras insiste en la importancia de la familia para asumir un oficio que los ha comprometido mucho más con la preservación de la identidad.
Hay tradiciones que, lamentablemente, han desaparecido, pero creo que en nuestro caso los mayores han sabido inculcarles a los pequeños ese amor por el barro y que decidan en un futuro si quieren dedicarse a esto o no, señaló, sin embargo, una vez aprendido, es muy difícil desprenderse de él.
En otro sitio de la urbe, Eduardo Rafael Zerquera, dueño del restaurante Bar Café Trinidad, procura rescatar los sabores más auténticos de la cocina y platos tan tradicionales como la famosa minuta casildeña, preparación que alude al poblado pesquero de Casilda.
La sopa de frijoles colorados, el tamal en cazuela o el pollo a la mambisa, elaboración ésta última donde emplean la miel, tal como se hacía en la manigua, en las guerras por la independencia, son también otros platillos con muy buena aceptación.
Les contamos a los clientes la historia de cómo nacieron, les hablamos de esa fusión, de esa mezcla entre la comida criolla, española, africana porque hay que tener en cuenta que este es un patrimonio inmaterial, subrayó Zerquera quien destacó la intención de seguir rescatando la culinaria.
Para Yudit Vidal Faife, la afamada artista visual que desde hace varios años lidera el proyecto Entre hilos, alas y pinceles, la defensa y preservación de la identidad va mucho más allá.
Viene en la semilla de cada hijo de esta región, está en nuestra sangre y de una u otra manera le rendimos tributo, por ejemplo, a toda esa artesanía que por aislamiento de esta zona o por necesidades económicas perdura, acotó.
Es fuente inagotable de saberes, de tradiciones, pero, a su vez, de contemporaneidad porque hemos insertado a las nuevas generaciones en obras que nuestras abuelas jamás pensaron que fueran posibles. Salvar este tesoro y conservarlo es deber de todos y a eso también está llamada la iniciativa, a incentivar en los jóvenes ese interés y que logren renovarla, incorporarle otros elementos, destacó finalmente.