¡Yo soy Fidel! Grita el pueblo en la Plaza. Y el mundo acompaña este clamor tan fiel.
¡Yo soy Fidel! Dice un niño llorando, y la abuela acaricia su cara menuda, le ofrece su pecho lleno de medallas, una hecha de lápiz, cartilla, manual, y una enorme F grabada en su ser.
Un obrero firme, de recias facciones y el puño apretado también es Fidel. El joven de lentes y ansias de erudito confirma orgulloso que también lo es.
Y ahí está la chica de trenzas tupidas flotando una tela de: ¡estamos con él! Le tiende la mano al artista pleno que anoche pintara un índice erguido y un genio de barba de nombre Fidel.
Un grupo nutrido se estremece todo cuando canta en Himno que es la mayor divisa de una isla entera que se llama Cuba, y ama a Fidel.
Qué lindas banderas en la Plaza ondean, no en señal de luto, sino de ¡aquí está él! ¡Estamos contigo siempre Comandante! ¡Aquí está tu pueblo dispuesto a vencer!
Y allá en la tribuna, rodeado de mundo lleno de respeto gravita Fidel. Su hermano Raúl, General-Presidente, sigue su legado como debe ser.
¿Dónde está el pionero, dónde el deportista, los hombres de ciencia y mujeres también? La respuesta cae por su propio peso, están en la Plaza honrando a Fidel.
Son los que en noviembre y albor de diciembre van en caravana de victoria y fe. Cordón apretado La Habana-Santiago, consignas en alto por el Comandante, amor infinito, por siempre Fidel.
Salvas de cañones despiden al hombre del mundo terreno, mas no del deber de seguir guiando a su pueblo entero que sigue el camino de soberanía, nunca de rodillas, marcado por él.
Y cuando repose en Santa Ifigenia, muy junto al Apóstol Martí marcharán en cuadro apretado, con Mariana y Céspedes, mostrándole a Cuba por siempre el camino, diciendo que debe seguir su destino de luz redentora, de voz de los pobres, mujeres y hombres.
Allí te veremos. ¡Ordene, Fidel!