La caída en combate del Lugarteniente General Antonio Maceo y Grajales, el 7 de diciembre de 1896, cuando brillaba más su estrella de sobresaliente estratega en la campaña del 95, fue un golpe muy doloroso para las fuerzas patrióticas y libertarias que acometían la extraordinaria invasión de Oriente a Occidente, extensora de la guerra como llamarada por toda la nación, bajo el mando supremo del Generalísimo Máximo Gómez.
Con Antonio Maceo como segundo jefe de los campamentos mambises, tras la temprana muerte de José Martí, Gómez había hecho una suerte de dupla arrolladora, la cual desplegara ingenio, creatividad y coraje que les permitiera escribir una de las páginas más valederas como brillantes militares insurgentes, no solo en Cuba sino también a nivel continental.
El sino fatal que derribara mortalmente al Titán de Bronce de su blanco caballo se cumplió en un punto de la provincia de La Habana conocido como San Pedro de Punta Brava, poco después de haber cruzado en acción exitosa la famosa trocha española de Mariel a Majana.
Al entrar en la eternidad, el General Antonio llevaba en su cuerpo las cicatrices -más de 20- de múltiples heridas de guerra, entre ellas algunas a las que sobrevivió por su fuerte complexión física y los desvelos de sus familiares como su madre Mariana Grajales, también Madre de la Patria; de su hermano José y su esposa María Cabrales, quienes lo acompañaron en las luchas por mucho tiempo.
Se había incorporado a la redención prácticamente desde su primera juventud, casi de la mano de su progenitora y familia heroicas, en las cercanías de su ciudad natal, Santiago de Cuba, a pocos días de haber empezado la primera guerra de independencia, el 10 de octubre de 1868.
Gómez y Maceo iniciaron la histórica y a la vez modélica invasión de Oriente a Occidente el 22 de octubre de 1895 partiendo de Mangos de Baraguá, en una suerte de recordatorio del lugar donde el Titán de Bronce proclamó el 15 de marzo de 1878 la intransigente Protesta contraria al fin de la Guerra de los Diez Años, pactado en el Zanjón.
Era increíble la contundencia y eficacia que había tenido, bajo la conducción de los dos generales, el avance de esas acciones, cuya repercusión desbordaba los límites del archipiélago.
Testimonios de presentes en el escenario de Punta Brava corroboraron que el día de su muerte aciaga, Maceo llegó al campamento al filo de las ocho de la mañana, después de haber planeado con antelación y enfoque optimista los pasos a seguir en la acción del 7 de diciembre.
Dicen que él se sentía mal de salud en la jornada, en la que se presentó abrigado para combatir, quizás lo que parecía un fuerte resfriado. Su ánimo y operatividad eran muy buenos, a pesar de todo.
Días después del doloroso suceso, el 16 de diciembre, el General Máximo Gómez, afectado ya por los rumores que llegaban a su campamento sobre la caida en combate del Lugarteniente General Antonio Maceo y su ayudante Panchito Gómez Toro, su hijo querido, consignó en su diario de campaña:
“Me despierta la noticia de la muerte de mi hijo Pancho y del General Antonio Maceo, ocurrida en Punta Brava, provincia de La Habana, el día siete del actual. Algunos de mis compañeros abrigaban la esperanza de que pudiera ser falsa la noticia, pero yo siento la verdad de ella en la tristeza de mi corazón”.
Aunque la Invasión terminó en Mantua, Pinar del Río, en uno de los poblados más al occidente de la isla de Cuba, el 22 de enero de 1896, con acciones comandadas en específico por Maceo en esos apenas 90 días, los mambises enfrentaron a 150 mil militares españoles y 60 mil hombres listados como voluntarios; desarrollado 27 combates, y ocupado 22 pueblos.
Sin embargo, el Titán de Bronce consideró oportuno permanecer en Pinar del Río e inició en ese territorio diversas acciones, cuyos objetivos eran garantizar el éxito de la campaña, y sobre todo, neutralizar los efectos de la reconcentración y la propaganda española, la cual enfatizaba la eficacia de esa siniestra maniobra pacificadora.
Protagonizó batallas memorables como las de Paso Real, o Ceja del Negro, en Cacarajícara, el 4 de octubre, donde desplegó una vez más su pericia de estratega militar, habilidad política, dotes de líder y extraordinaria valentía.
Cruzó Maceo la trocha que se extendía desde Mariel a Majana, pero no se encontró con el pelotón de refuerzo que debería asistirlo; no obstante lo adverso de la situación, decidió continuar su marcha hacia La Habana.
Expertos han opinado que el fatídico 7 de diciembre el ímpetu y la valentía del Lugarteniente lo llevaron a colocarse en una de las posiciones más desventajosas, en terreno con cercas de piedras y alambradas, las cuales hicieron estratégicamente muy difíciles las acciones de San Pedro. En aquellas condiciones, guerreó su último enfrentamiento.
El cadáver fue rescatado y, junto al de su ayudante Panchito Gómez, fueron sepultados secretamente. El Generalísimo ordenó 10 días de luto a observarse con el mayor silencio posible en el campo insurrecto. El General Antonio Maceo no es solo el guerrero brillante, también fue un patriota de pensamiento preclaro y agudo puesto al servicio de la Patria que fue creciendo en él, junto al resto de sus grandes virtudes.